viernes, 24 de octubre de 2008

Jordán Bruno Genta: La Cruz y la Fiesta - María Lilia Genta


Jordán Bruno Genta
La Cruz y la Fiesta
María Lilia Genta


La risa de mi padre, contagiosa, incomparable, está tan presente en mis recuerdos como la Cruz, la filosofía y la política.
Su voz era de trueno cuando se enojaba sobre todo con aquellos que deben dar testimonio público de la Fe (políticos, militares, obispos); también si yo le daba motivos con mis habituales impertinencias no muy comunes en las “niñas” de mi época. Pero su alegría se derramaba con la misma abundancia que su enojo.
Su natural manera de llevar las cruces, sin el menor alarde, y su alegría surgiendo siempre entre las penas, penurias muchas veces, es lo que guardo como una marca sobre mi corazón.

Fue un hombre de amores esenciales. Dios, la Patria, su esposa (única mujer que amó, como proclamaba siempre), su familia, sus amigos. Cultivó la amistad como el más preciado de los dones. Casi nunca cenábamos solos y muchas veces almorzábamos con amigos. Yo aprendí mucho más en las mesas y sobremesas de mi casa que en las clases y conferencias a las que asistía, amén de los actos políticos. Fue un lujo asistir a esas conversaciones y discusiones entre los “grandes” en un ambiente amical, siempre rociado de buen vino.
“La verdad, como el vino, sin aguar”. Este lema fue creación del inolvidable Miguel Salvat quien lo había acuñado para la Acción Católica Universitaria. ¡Tenía que ser de uno de sus discípulos mendocinos! Mi padre no sólo lo aprobó con entusiasmo sino que lo adoptó. La buena mesa y el buen vino no excluyen ni contradicen la imitación de la Cruz. Por lo menos no en la vida de mi padre.

“Pobreza es nada tener y todo bien poseer con entera libertad”. También adoptó y vivió esta máxima franciscana. Con entusiasmo gozaba de los dones y con facilidad renunciaba a los bienes cuando nuestra azarosa vida económica lo imponía. En algunas cosas era riguroso: en su mesa se bebía buen vino o, en su defecto, agua. Mal vino, jamás. Solía decir en broma: “hay que implantar la pena de muerte para los que adulteran el vino”. Aclaro que jamás vi a mi padre con una copa de más, tampoco con una de menos.

Lo que Jordán Bruno Genta pudo enseñar de filosofía o política se puede conocer leyendo sus libros o conferencias. Que su opción política fue el nacionalismo católico también, porque se desprende de sus escritos.

Lo que quizás sea difícil de atisbar, leyéndolo, es su personalidad. Los escritos desarrollan su cuerpo doctrinario con absoluta claridad, pero escuchándolo, viéndolo, era como se lo conocía. Transmitía mucho mejor su pensamiento en forma oral porque fue por sobre todo un orador.

Tenía la capacidad -hablando- el don de suscitar en nosotros, los jóvenes, la pasión que él mismo sentía por la grandeza. Nada grande le fue ajeno. La santidad, el heroísmo, la belleza, lo subyugaban y sabía encender en nosotros la pasión por la verdad.

Poseía un carisma propio y distinto. Por eso, en una revista Cabildo, posterior a su martirio, escribimos en su homenaje los versos de Juan Ramón Jiménez: “lo quisieron matar los iguales porque era distinto”.

Así, pues, como lo muestra la foto que acompaña a esta evocación, la Cruz y la Fiesta sintetizan la vida de mi padre.




miércoles, 8 de octubre de 2008

La Debilidad Política de los Católicos - P. Horacio Bojorge

La Debilidad Política de los Católicos 
R. P. Horacio Bojorge SJ


Conferencia organizada por la Mutual de Cristiana Ayuda Familiar 
Rosario - Santa Fe - Argentina
Mie-Jue, 2-3 agosto 2000


Exordio

Agradezco a los que me han invitado a exponer este tema. Agradezco la presencia de todos ustedes, hermanos en la fe, en las consiguientes convicciones culturales e intelectuales comunes, y en una misma pertenencia eclesial católica. Eso hace que, aunque pudiera sentirme extraño o extranjero ante este auditorio, me sienta sin embargo con la comodidad de quien habla “en casa” y entre hermanos.

La presentación, en el día de ayer, de mis dos estudios sobre el mal de acedia del que adolece nuestra civilización, me ha brindado la ocasión de llamar la atención sobre el principal obstáculo que la actual civilización opone, en forma tenaz, organizada y férreamente consecuente, a la difusión de la caridad y a la construcción de la civilización de la caridad.

Estimo que esa oposición que se organiza también como persecución -las más de las veces tácticamente encubierta y anónima, más o menos disfrazada o velada-, explica la dificultad que experimentan los católicos para acceder, por vía de la acción política, a los puestos de gobierno, legislación y decisión, que le permitan incidir en la configuración de la vida pública. Se nos exhorta a empeñarnos en fundar una civilización del amor. Pero el terreno no está vacío, sino ocupado por una civilización apóstata y anticatólica.

Cuando pedí la opinión de un amigo sacerdote acerca de las causas de la debilidad política de los católicos, me contestó sin vacilar que residían en que la conciencia cristiana tiene vedada la mentira, la disimulación, y la organización secreta... No se prospera en política siendo honesto.