El Calvario de la Iglesia Española en el verano de 1936
P. Alberto Royo Mejía
Hace 75 años, por estas fechas
A comienzos del 1936, concretamente el 7 de enero, quedaron disueltas las primeras Cortes ordinarias de la Segunda República y convocadas las elecciones generales que tuvieron lugar el 16 de febrero de 1936 y dieron la victoria al Frente Popular formado por republicanos, socialistas, comunistas, sindicalistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista. De esta forma llegaron al poder algunos de los partidos más violentos y exaltados, creando una situación tan insostenible que los exponentes más moderados del ejecutivo fueron incapaces de controlar.
Comenzó desde el 16 de febrero de 1936 una serie de huelgas salvajes, alteraciones del orden público, incendios y provocaciones de todo tipo que llenaban las páginas de los periódicos y los diarios de sesiones de las Cortes. La complicidad de autoridades diversas en algunos de ellos fue a todas luces evidente. Recuerda Cárcel Ortí que incrementó sensiblemente desde aquella fecha la prensa anticlerical y facciosa, que incitaba a la violencia, como La Libertad; El Liberal y El Socialista. Según datos oficiales recogidos por el Ministerio de la Gobernación completados con otros procedentes de las curias diocesanas, durante los cinco meses de gobierno del Frente Popular, varios centenares de iglesias fueron incendiadas, saqueadas, atentadas o afectadas por diversos asaltos; algunas quedaron incautadas por las autoridades civiles y registradas ilegalmente por los ayuntamientos.
Varias decenas de sacerdotes fueron entonces amenazados y obligados a salir de sus respectivas parroquias; otros fueron expulsados de forma violenta; varias casas rectorales fueron incendiadas y saqueadas y otras pasaron a manos de las autoridades locales; la misma suerte corrieron algunos centros católicos y numerosas comunidades religiosas; en algunos pueblos de diversas provincias no dejaron celebrar el culto, prohibiendo el toque de campanas, la procesión con el Viático y otras manifestaciones religiosas; también fueron profanados algunos cementerios y sepulturas como la del obispo de Teruel, Antonio Ibáñez Galiano, enterrado en la iglesia de las Franciscanas Concepcionistas de Yecla (Murcia) y los cadáveres de las religiosas del mismo convento.
Frecuentes fueron los robos del Santísimo Sacramento y la destrucción de las Formas Sagradas.
Los atentados personales afectaron a varios sacerdotes, pues además de los muertos, que fueron 17, otros sufrieron encarcelamientos, golpes o heridas. Pero a pesar de todas estas amenazas, la mayoría de los sacerdotes permanecieron fieles en sus ministerios con el consiguiente riesgo, mientras que los religiosos fueron expulsados de todos los centros oficiales. En muchas poblaciones los desmanes se cometieron con el consentimiento de las autoridades locales y en otras éstas impidieron la defensa de los católicos. En todas partes quedaron impunes los malhechores. Se creó, pues, un clima de terror en el que la Iglesia era el objetivo fundamental… Todas las acciones revolucionarias fueron hábilmente desarrolladas por grupos extremistas de izquierda: los anarquistas con su sindicato, la F.A.I; los socialistas más radicales de Largo Caballero, conocido como el Lenin español, y los comunistas con ideología y métodos estalinistas.
Y todo este explosivo conjunto, incitado por la fobia anticlerical y anticristiana de la masonería. Cuando se habla de la Persecución Religiosa en España, casi no se menciona a la masonería. Y sin embargo, tuvo capital influencia en el desarrollo de la misma. Juan Ordóñez Márquez en su “Apostasía de las masas”, lo demuestra sobradamente y bastan de muestra unas citas breves pero significativas: