Gritemos desde las Ruinas la Realeza del Señor
Mons. Antonio Marino
Homilía del Domingo de Ramos
Catedral de Mar del Plata, 20 de marzo del 2016
Queridos hermanos:
Con esta celebración, entramos en la Semana Santa. Tiempo de gracia y ocasión de un crecimiento espiritual. Días en que podemos tener una experiencia más intensa de la misericordia de Dios. Horas de compromiso para convertirnos en testigos e instrumentos del amor misericordioso y redentor de Cristo.
I. El Rey aclamado y condenado
La primera parte de esta celebración, consistió en la bendición de los ramos y la solemne procesión. Entre ambas cosas, escuchamos el relato del ingreso de Jesús en Jerusalén según el Evangelio de San Lucas.
Jesús entra en la ciudad montado sobre un humilde asno, no sobre un caballo. Ingresa como Mesías pacífico y príncipe de paz, y es aclamado como rey por los numerosos discípulos que habían sido testigos de sus milagros: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lc 19, 38). Por esto mismo le tributan el homenaje que se daba a los reyes: “Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino” (Lc 19, 36).
Ante el pedido de los fariseos de silenciar a los discípulos, responde con seguridad: “Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40).
Nos llama la atención el hecho de que el mismo Jesús que antes pedía silencio cada vez que alguien lo aclamaba como rey Mesías, ahora se deja aclamar como tal. Él sabía que ese reconocimiento tenía aún mucho de concepción terrena, política e imperfecta, pues las muchedumbres y los mismos doctores esperaban un Mesías diferente. Pero ahora su suerte está jugada. Los hechos mostrarán lo que Jesús mismo había anunciado: que al triunfo de su Pascua sólo llegaría pasando por la experiencia humillante y dolorosa de la pasión y la cruz. Esta es la clave de su verdadero mesianismo.
Es por eso que la celebración de este domingo tiene este doble carácter: por un lado festivo, tratando de imitar con nuestros ramos y nuestros cantos a la muchedumbre que aclamó a Jesús como Mesías salvador; por otro, las oraciones y lecturas de la Misa nos sumergen en el clima de la pasión de Cristo, anunciada en Isaías, narrada por San Lucas e interpretada por San Pablo. La fiesta cede el paso a la seriedad. A la gloria de la resurrección se llega por el camino estrecho del amor crucificado.