HOMILÍA
Día litúrgico:
Texto del Evangelio (Jn 6,24-35):
Homilía:
DOMINGO 2 DE AGOSTO DE 2009
R. P. Josef Wajda, OCD
Día litúrgico:
Domingo XVIII (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Jn 6,24-35):
En aquel tiempo, cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado». Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».
Homilía:
R. P. Josef Wajda, OCD (Parroquia Nuestra Señora del Carmen, Mar del Plata)
QUERIDOS HERMANOS:
Estamos aquí reunidos en la casa del Señor, el único que puede iluminarnos sobre el misterio de nuestra vida, drama de amor y de salvación, y el único que puede darnos las fuerza para no caer, de manera conforme a las exigencias y a los ideales del cristianismo.
Este es precisamente, según me parece, el tema central de la liturgia de este domingo, en la que Jesús, pan de vida, se nos presenta como único y verdadero significado de la existencia humana.
En nuestro tiempo, por desgracia, el racionalismo científico y la estructura de la sociedad industrial, caracterizada por la ley dura de la producción y del consumo, han creado una mentalidad cerrada dentro de un horizonte de valores temporales y terrenales, que quitan a la vida del hombre todo significado trascendente.
El ateísmo teórico y práctico que abunda ampliamente; la aceptación de una moral evolucionista desvinculada totalmente de los principios consistentes y universales de la ley moral natural y revelada, pero vinculada a las costumbres siempre variables de la historia; y la insistente exaltación del hombre como autor autónomo del propio destino, han empujado a los más débiles y a los más sensibles hacia huidas trágicas.
Al mundo en el que vivimos le faltan muchos sentidos, pero quizás el más grave de todos sea la carencia del sentido de la vida.
La gran debilidad espiritual de muchas personas representada en falta de sentimientos, falta de amor, falta de fe y de esperanza, falta de solidaridad con los más débiles… es debido a que no se alimentan adecuadamente, quedándose anémicos de espíritu y carentes de esperanza.
Sin embargo, el hombre tiene necesidad extrema de saber si merece la pena nacer, vivir, luchar, sufrir y morir. Si tiene valor comprometerse por algún ideal superior a los intereses materiales y contingentes. Si, en una palabra, hay un “por qué” que justifique su existencia.
Esta es, pues, la cuestión esencial: dar un sentido al hombre, a sus opciones, a su vida, a su historia.
Jesús tiene la respuesta a estos misterios nuestros; Él puede resolver la “cuestión del sentido” que se le da a la vida y a la historia del hombre. Aquí está la lección fundamental de la liturgia de hoy. A la muchedumbre que le ha seguido, desgraciadamente sólo por motivos de interés material, una vez saciada gratuitamente con la multiplicación milagrosa de los panes y de los peces, Jesús dice con seriedad y autoridad: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27).
Dios se ha encarnado para iluminar y, más aún, para ser el significado de la vida del hombre. Es necesario creer esto con profunda y gozosa convicción; es necesario anunciar y testimoniar esto, a pesar de las tribulaciones de los tiempos y de las ideologías adversas, casi siempre tan insinuantes y perturbadoras.
Y, ¿de qué modo es Jesús el significado de la existencia del hombre?. Él mismo lo explica con claridad consoladora: “Mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la Vida al mundo… Yo soy el pan de Vida; el que viene a mí jamás tendrá hambre; y el que cree en mí, jamás tendrá sed” (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente, recordando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en el camino del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más satisfactoria. Pero la vida es pasajera, ciertamente. Jesús hace presente que el verdadero significado de nuestra existencia terrena está en la eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe ser contemplada en perspectiva eterna.
También nosotros, como el pueblo de Israel, vivimos sobre la tierra la experiencia del Éxodo hacia la “tierra prometida” que es el cielo. Dios, que no abandonó a su pueblo en el desierto, tampoco abandona al hombre en su peregrinación terrena. Le ha dado un “pan” capaz de mantenerlo a lo largo del camino; y ese “pan” es Cristo. El es ante todo la comida del alma con la verdad revelada y después con su misma Persona presente en el sacramento de la Eucaristía.
Nos recordó Juan Pablo II: “¡El hombre tiene necesidad de la trascendencia! ¡El hombre tiene necesidad de la presencia de Dios en su historia cotidiana! ¡Sólo así puede encontrar el sentido de la vida!”. Pues bien, Jesús continúa diciendo a todos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6); “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida” (Jn 8, 12); “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28).
Voy a terminar nuestras meditaciones con las palabras del Papa Pablo VI: “Ante el incremento de intereses contrastantes, dañosos para el auténtico bien del hombre, hay que proclamar de nuevo bien alto las formidables palabras del Evangelio que son las únicas que han dado luz y paz a los hombres en similares convulsiones de la historia”.
Así, pues, con la luz y con la paz que nos vienen de estas palabras eternas, nosotros continuemos serenamente nuestro camino.
Acudamos a María: y Ella, que durante treinta y tres años pudo gozar de su presencia visible y le trató con el mayor respeto y amor posible, nos dará sus mismos sentimientos de adoración y de amor.
QUERIDOS HERMANOS:
Estamos aquí reunidos en la casa del Señor, el único que puede iluminarnos sobre el misterio de nuestra vida, drama de amor y de salvación, y el único que puede darnos las fuerza para no caer, de manera conforme a las exigencias y a los ideales del cristianismo.
Este es precisamente, según me parece, el tema central de la liturgia de este domingo, en la que Jesús, pan de vida, se nos presenta como único y verdadero significado de la existencia humana.
En nuestro tiempo, por desgracia, el racionalismo científico y la estructura de la sociedad industrial, caracterizada por la ley dura de la producción y del consumo, han creado una mentalidad cerrada dentro de un horizonte de valores temporales y terrenales, que quitan a la vida del hombre todo significado trascendente.
El ateísmo teórico y práctico que abunda ampliamente; la aceptación de una moral evolucionista desvinculada totalmente de los principios consistentes y universales de la ley moral natural y revelada, pero vinculada a las costumbres siempre variables de la historia; y la insistente exaltación del hombre como autor autónomo del propio destino, han empujado a los más débiles y a los más sensibles hacia huidas trágicas.
Al mundo en el que vivimos le faltan muchos sentidos, pero quizás el más grave de todos sea la carencia del sentido de la vida.
La gran debilidad espiritual de muchas personas representada en falta de sentimientos, falta de amor, falta de fe y de esperanza, falta de solidaridad con los más débiles… es debido a que no se alimentan adecuadamente, quedándose anémicos de espíritu y carentes de esperanza.
Sin embargo, el hombre tiene necesidad extrema de saber si merece la pena nacer, vivir, luchar, sufrir y morir. Si tiene valor comprometerse por algún ideal superior a los intereses materiales y contingentes. Si, en una palabra, hay un “por qué” que justifique su existencia.
Esta es, pues, la cuestión esencial: dar un sentido al hombre, a sus opciones, a su vida, a su historia.
Jesús tiene la respuesta a estos misterios nuestros; Él puede resolver la “cuestión del sentido” que se le da a la vida y a la historia del hombre. Aquí está la lección fundamental de la liturgia de hoy. A la muchedumbre que le ha seguido, desgraciadamente sólo por motivos de interés material, una vez saciada gratuitamente con la multiplicación milagrosa de los panes y de los peces, Jesús dice con seriedad y autoridad: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27).
Dios se ha encarnado para iluminar y, más aún, para ser el significado de la vida del hombre. Es necesario creer esto con profunda y gozosa convicción; es necesario anunciar y testimoniar esto, a pesar de las tribulaciones de los tiempos y de las ideologías adversas, casi siempre tan insinuantes y perturbadoras.
Y, ¿de qué modo es Jesús el significado de la existencia del hombre?. Él mismo lo explica con claridad consoladora: “Mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la Vida al mundo… Yo soy el pan de Vida; el que viene a mí jamás tendrá hambre; y el que cree en mí, jamás tendrá sed” (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente, recordando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en el camino del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más satisfactoria. Pero la vida es pasajera, ciertamente. Jesús hace presente que el verdadero significado de nuestra existencia terrena está en la eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe ser contemplada en perspectiva eterna.
También nosotros, como el pueblo de Israel, vivimos sobre la tierra la experiencia del Éxodo hacia la “tierra prometida” que es el cielo. Dios, que no abandonó a su pueblo en el desierto, tampoco abandona al hombre en su peregrinación terrena. Le ha dado un “pan” capaz de mantenerlo a lo largo del camino; y ese “pan” es Cristo. El es ante todo la comida del alma con la verdad revelada y después con su misma Persona presente en el sacramento de la Eucaristía.
Nos recordó Juan Pablo II: “¡El hombre tiene necesidad de la trascendencia! ¡El hombre tiene necesidad de la presencia de Dios en su historia cotidiana! ¡Sólo así puede encontrar el sentido de la vida!”. Pues bien, Jesús continúa diciendo a todos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6); “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida” (Jn 8, 12); “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28).
Voy a terminar nuestras meditaciones con las palabras del Papa Pablo VI: “Ante el incremento de intereses contrastantes, dañosos para el auténtico bien del hombre, hay que proclamar de nuevo bien alto las formidables palabras del Evangelio que son las únicas que han dado luz y paz a los hombres en similares convulsiones de la historia”.
Así, pues, con la luz y con la paz que nos vienen de estas palabras eternas, nosotros continuemos serenamente nuestro camino.
Acudamos a María: y Ella, que durante treinta y tres años pudo gozar de su presencia visible y le trató con el mayor respeto y amor posible, nos dará sus mismos sentimientos de adoración y de amor.
Que tal amigos? Muy interesante su blog. Me gustaría poder acceder al audio de la conferencia del Padre Alfredo Saenz sobre Revolución francesa. Pude escucharla desde el reproductor pero quisiera bajar el audio para poder grabarlo en un CD para difundirla entre mis círculos.
ResponderBorrarBusqué en la web pero no encontré lugar alguno donde acceder al audio.
Les agradezco si podrian ayudarme.
Un saludo en Cristo Rey.