Carta Pastoral con ocasión de la celebración del Año de la Familia
La familia, comunidad de amor al servicio de la vida
El adviento marca el inicio de un nuevo año litúrgico y nos sitúa ante la historia en la perspectiva de la salvación. La gracia de Dios da fecundidad al esfuerzo cotidiano que cada uno de ustedes realiza en la gran familia diocesana. Doy gracias al Señor por todos los frutos que nos ha concedido durante el año por la vida y los convoco a proyectar las actividades de nuestras comunidades en el marco de la pastoral orgánica dedicando el año 2010 a la familia.
Al inicio de su pontificado, el Siervo de Dios Juan Pablo II, decía: “El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social -en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos- es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención.”[1]
Nuestra opción pastoral, centrada en la llamada a la santidad, quiere poner su mirada en el camino, que por encargo del Señor, recorre la Iglesia: el hombre y la mujer, de manera particular, en esta dimensión fundamental de su existencia que es la familia. “Recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas” [2] proponíamos los Obispos de la Argentina en este camino hacia el Bicentenario. Les pido a todos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, fieles laicos, comunidades, instituciones educativas y movimientos que proyecten acciones pastorales concretas para que este tema sea una prioridad en la reflexión, en el estudio, en la catequesis, en la oración, en la celebración, que permitan un renovado paso del Señor por todas las familias de nuestra diócesis.
1. La familia, un gran tesoro
Este año ha de ser una oportunidad para que anunciemos con renovado ardor y valoremos con compromiso efectivo el tesoro de la familia. Contemplemos el misterio de amor que se manifiesta en la Navidad. El Hijo unigénito de Dios asume nuestra carne, entra en nuestra historia y, desde dentro mismo de nuestra humanidad, nos abre las puertas de la intimidad de la vida divina, que es Trinidad. El Dios todopoderoso se hace pequeño y vulnerable, asume la aventura de la vida humana desde el momento de la concepción en el seno de la Virgen María. La encarnación redentora acontece en una familia. El Hijo de Dios asume las alegrías y las dificultades, los esfuerzos y los sacrificios, semejantes a los que viven nuestras familias. De este modo nos muestra que la familia es un tesoro para Dios.
“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”.[4] Estas palabras del Concilio nos recuerdan la íntima vinculación de Jesucristo con cada persona, que es “alcanzada” por su amor en el seno mismo de la familia. La familia, lugar originario donde el hombre y la mujer conforman una comunidad de amor al servicio de la vida, es elegida por Dios como lugar de salvación. En ella cada persona puede, con ayuda de la Gracia divina, alcanzar la madurez integral. Dios nos llama a acoger su Vida en nuestras familias. Solo su presencia puede hacer de cada familia lugar de realización plena y santuario de la vida. Por eso los invito a dejarse guiar por la Sagrada Familia. Jesús, José y María nos enseñan a ser familia, nos muestran el modo en que debemos vivir este tesoro. La Navidad nos dará la oportunidad de volver a meditar los relatos del Evangelio donde aparece el testimonio luminoso de la Familia que nos acompaña y nos enseña hoy a ser familia. Les pido, entonces, déjense guiar por ellos y, por medio de la reflexión, la lectura orante de la Palabra, y una renovada vida sacramental, adéntrense en la escuela de la Sagrada Familia para cultivar las virtudes de la vida familiar.[5]
A lo largo de este año escucharemos muchas veces la palabra familia. No es tan solo un concepto, sino que evoca una multiplicidad de vivencias y recuerdos, que hacen presente la alegría, la emoción e incluso la tristeza por dolores que han signado la historia o son parte, hoy, de la realidad familiar. La familia implica la vida de todo hombre y de toda mujer, se despliega en unas coordenadas precisas de espacio y de tiempo, hace presentes rostros concretos de hijos e hijas, de papá y de mamá. Sé que muchas familias atraviesan hoy momentos de dificultad, que sufren el drama de la división, de la enfermedad, de la falta de trabajo, de la separación. Comprendo la especial situación de quienes han formado una nueva pareja y la de aquellos que se encuentran solos y no tienen hoy una familia. A todos les recuerdo que el Señor los acompaña, que somos parte de la familia de la Iglesia, que estamos llamados a crecer como comunidad de amor. Por cada uno de ustedes elevo mi oración. Asimismo, los invito a contemplar la propia realidad familiar, a redescubrir el gran tesoro que es la familia en cada vínculo, en cada rostro y asumir con valor y espíritu de conversión la renovación profunda de sus familias a la luz del Evangelio.
2. La hora de la familia
En el discurso antes citado, Benedicto XVI continua: “Sin embargo, [la familia] en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio…”[6]
Las palabras del santo Padre reflejan la compleja realidad actual que constituye un gran desafío para la familia. El secularismo, el relativismo ético, el hedonismo, el primado de la libertad individual deficientemente comprendida, han dado lugar a líneas de reflexión y de acción cultural contrarias a la naturaleza de la familia. Sobre estos fundamentos se han desarrollado visiones inadecuadas de la persona, de su corporeidad y de la sexualidad, por ejemplo en la llamada “perspectiva del genero”. Los “nuevos modos” de concebir los vínculos afectivos entre las personas llegan a cuestionar la institución matrimonial y la familia, alcanzando incluso dimensión legislativa. Estos y otros elementos, unidos a la desvalorización de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, son algunos de los rasgos culturales que ponen de manifiesto la urgente necesidad de una formación de la conciencia en la verdad sobre el bien de la persona y de la familia.[7]
“Pero a pesar de todo, percibimos que la familia es un valor apreciado por nuestro pueblo. El hogar sigue siendo un lugar de encuentro de las personas y en las pruebas cotidianas se recrea el sentido de pertenencia. Gracias a los afectos auténticos de paternidad, filiación, fraternidad y nupcialidad, aprendemos a sostenernos mutuamente en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a corregir a los niños y a los jóvenes, a tener en cuenta, valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes. Cuando hay familia, se expresan verdaderamente el amor y la ternura, se comparten las alegrías haciendo fiesta y se solidarizan sus miembros ante la angustia del desempleo y ante el dolor que provoca la enfermedad y la muerte”. [8]
Por este motivo los invito a reflexionar y discernir con atención los rasgos de la cultura contemporánea que afectan a la concepción y dignidad de la persona y de la familia. Accesibles a la razón, por estar contenida en la ley natural, a la luz de la Palabra de Dios y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia debemos redescubrir la verdad de la familia. Soy consciente de que enfrentamos grandes desafíos. Sin embargo, estoy convencido de que esta es la hora de la familia. Nuestra preocupación por la vida, por los niños y los jóvenes, por la patria bicentenaria, por la paz y el desarrollo, por la cultura solo hallarán respuesta en la familia. Somos conscientes de la necesidad de toma de decisiones y aplicación de medidas a nivel internacional y nacional para reconducir las cosas desde el orden moral objetivo. No obstante, quiero que valoren cada una de las acciones que a nivel de las familias, de las comunidades e instituciones, estamos poniendo en marcha y fortaleceremos a lo largo de este año. La necesidad de una transformación profunda nos interpela y es un llamado a cada familia, para que como comunidad de amor al servicio de la vida, asuma este desafío de transformación cultural.
3. Celebremos y anunciemos la belleza de la familia
¡Familia ábrele las puertas a Cristo!
El primer llamado que quiero hacer a las familias es el de recuperar y fortalecer la dimensión religiosa. La conocida escena evangélica de Zaqueo (Cf. Lc 19,1-10) nos invita a abrir las puertas del corazón y del hogar a Jesucristo. Zaqueo se deja encontrar por el Hijo de Dios que lo busca, lo mira con ternura y va a su casa. El encuentro con el Señor cambia la vida de este hombre y de su familia. Déjense encontrar por Jesucristo, dejen entrar al Señor a su casa, permítanle sentarse a la mesa familiar. ¡Ábranle a Jesucristo las puertas del corazón y del hogar! Sólo El tiene palabras de vida eterna, sólo Él puede darles el verdadero alimento (Cf. Jn 6), sólo Él puede iluminar el camino de la familia y sostener los vínculos, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Cf. Jn 14,6).
Esta apertura del corazón y del hogar a Jesucristo se tiene que cristalizar en gestos y actitudes concretas y cotidianas. Tienen que animarse a hacer experiencia familiar de Cristo en la oración común, en la bendición de los padres a los hijos, en la celebración del domingo en familia que alcanza su cumbre en la participación en la Misa. No esperen a que se manifiesten los problemas para acudir a Dios, más bien, fundamenten en Él la vida familiar para lograr la fortaleza y la madurez para enfrentar los desafíos. Lean y mediten el Evangelio en familia con frecuencia para que la Palabra de Dios sea cimiento del hogar. El ámbito privilegiado y la escuela donde se encarnan las actitudes que nos enseña el Señor es la familia. En la hora de la prueba y del dolor acudan a Él, recordando el llamado del Señor a cargar con la cruz cotidiana (Cf. Mt 16,24). Al contemplar en familia el misterio del amor de Dios también ustedes dirán conmovidos “Señor a quien iremos si tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Cultivar la religiosidad familiar es el mejor antídoto contra la hegemonía de la televisión, la discusión o la indiferencia. La religiosidad no es algo ajeno a la familia, es más bien su “ambiente vital”. De este modo el Señor puede morar con nosotros y hacer del hogar una verdadera comunidad de amor al servicio de la vida. La familia que reza unida permanece unida[9].
Permítanme insistir en la importancia del domingo. Debemos recuperar el día del Señor y de la familia. La familia, iglesia doméstica, ve coronada su comunión de amor en la participación viva en la mesa de la familia eclesial. Participando en la mesa de Cristo se nutre con el alimento que da origen a la verdadera comunión y el Señor vive en el corazón de la familia. El sacrificio de amor de Cristo es modelo y fuerza que suscita y sostiene cada sacrificio familiar. La presencia real de Cristo, adorado en familia, saca del individualismo a cada uno de sus integrantes y lo ayuda a crecer en la alteridad y en el servicio. Todas las parroquias y las comunidades educativas deben asumir el desafío de una profunda renovación, que tenga su fuente y culminación en la Eucaristía y que debe tener como horizonte la inserción y, el acompañamiento de las familias.[10] La parroquia debe ser familia de familias.
¡Familia cuida, ama y promueve la vida!
El evangelio de la vida que hemos anunciado y meditado el año pasado está íntimamente unido a la familia. La familia es el santuario de la vida. Es en la familia, comunidad de amor de los esposos, donde debe ser engendrada, cuidada y protegida la vida. La vida humana reviste siempre una particular fragilidad, es especialmente vulnerable en su inicio y en su final. La familia es garante y custodio de la vida, a ella ha sido confiada y reviste una grave responsabilidad de los padres asumir este servicio. Ninguna instancia social, política o económica, puede arrebatarle este derecho y este deber. Por el contrario, debemos exigir a dichas instancias el desempeño subsidiario y solidario de su función. Recordemos la gravedad particular que reviste el aborto. Es un “no” a la vida y al mismo tiempo un “no” a la familia. Es una mutilación de la familia en el seno de la mujer. El amor y la vida no son dos realidades independientes y manejables según las conveniencias o gustos subjetivos. Amor y vida son dos dimensiones inseparables que solo se pueden vivir integralmente en el horizonte de la dignidad de la persona.
¡Familia educa en la verdad!
La familia es el ámbito originario de la educación. Qué es la educación sino un proceso de maduración integral de la persona a la luz de la verdad. En el hogar se forman los cimientos de la personalidad, de la conciencia y se desarrollan las virtudes que permiten guiar a la persona a una madurez plena e integrada. La familia es el ámbito para descubrir, aceptar y madurar la propia identidad, como varón o como mujer. Es, también, el espacio en el que se puede descubrir la propia vocación como camino de plenitud. En la familia cada miembro puede vivir, en su sentido más genuino, la libertad como capacidad para de realizar el proyecto de vida. La dinámica del amor vivido en la familia se vuelve, en los hijos, proyecto de amor que da lugar a nuevas familias, consagrados y sacerdotes, hombres y mujeres gestores de un cultura del amor y de la vida. Queridos padres acompañen incondicionalmente a sus hijos en este proceso y no los dejen a merced de propuestas e idolologías que llevan a una “construcción subjetivista y arbitraria” de la identidad y del proyecto de vida. “Como muchas veces hemos dicho, el diálogo es esencial en la vida de toda familia y de cualquier construcción comunitaria. El que acepta este camino amplía sus perspectivas. Gracias a la opinión constructiva del otro, descubre nuevos aspectos y dimensiones de la realidad, que no alcanzaría a reconocer en el aislamiento y la obstinación[11]. Les pido que participen activamente en las comunidades educativas donde se forman sus hijos y que sean protagonistas de su formación.
¡Familia, despliega la creatividad del amor!
Los animo a desplegar la creatividad el amor que asume el desafío del perdón, de la misericordia, de la reconciliación. Se trata de la respuesta adecuada a los conflictos y enfrentamientos, a las divisiones y rencores, a las diferencias generacionales y a los resentimientos. San Pablo la expresa con esta exhortación: “No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rm 12,21). La creatividad del amor nos inserta en un horizonte más amplio que el de los propios intereses moviéndonos a comprender al otro en su complejidad y realidad. Nos vuelve más sensibles y atentos a los hermanos más necesitados y débiles, comenzando por los miembros de la propia familia. Sostenida por la caridad divina nos impulsa más allá de todo límite impuesto por el cálculo y la conveniencia. En esta creatividad, el amor se caracteriza por no tener medida y se nutre en su fuente que es Dios. El amor es la fuerza creadora en la que tiene origen cada vida humana, que ha revelado y comunicado Jesucristo y que se ha manifestado en la cruz como amor hasta el extremo (Cf. Jn 13,1). Se trata, en definitiva, de la creatividad de la gracia divina que se vale de signos, palabras y personas, consagradas al servicio de la comunicación de la vida divina en los sacramentos, y que asume, de manera particular, a la familia para que sea su santuario.
Para finalizar, los convoco a celebrar y anunciar con gozo la belleza de la familia. A lo largo del año habrá propuestas diocesanas, nos reuniremos en un congreso para estudiar la problemática de la familia en nuestra diócesis, nos reuniremos para celebrar este don de Dios, pero les pido a todos que acompañen y sostengan las acciones que cada comunidad ponga en práctica. Los invito a entronizar en el hogar el ícono que acompaña nuestro camino pastoral. Con su ayuda, cada día, volvamos la mirada a la Sagrada Familia, permanezcamos en su escuela y asumamos con compromiso la hora de la familia, tesoro que Dios ha regalado a la humanidad y que es responsabilidad nuestra cuidar.
Quédate con nosotros Señor.
Quédate en nuestra familia,
ilumínanos en la noche de la duda,
sé sostén en nuestras dificultades,
consuélanos en nuestros sufrimientos y
haz fecunda la fatiga de cada día.
Aleja de nuestro hogar todo mal y
afirma nuestros pasos en el bien y en el amor.
Te pedimos por las familias de nuestra comunidad,
de nuestra diócesis y de nuestra Patria.
Ayúdanos a trabajar unidos,
a cultivar los valores, a defender con pasión la vida.
En esta hora de la familia te pedimos la gracia
de anunciar y valorar el tesoro de la familia,
cuando en torno a ella se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza.
Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos
donde nazca la vida humana, se la acoja, se la ame y se la respete,
desde su concepción hasta su término natural. Amén [12]
Queridos hermanos y hermanas, El Evangelio de Jesús nos ofrece motivos de sobra para alentar este espíritu misionero, al que nos convoca Aparecida. Su mensaje es el que necesitamos escuchar para alcanzar una vida mejor, restaurando la familia en Cristo, como salió del corazón de Dios a imagen de la Trinidad Santísima, teniendo como modelo la Sagrada familia de Nazaret. “No hay excusas que justifiquen la dejadez y las demoras. El Espíritu Santo puede infundirnos toda la fuerza y el impulso que nos hace falta. María es el signo de esperanza más bello que podemos pedir. Naveguemos mar adentro nutridos por la Palabra y reconfortados en el banquete de la Eucaristía.”[13]
Con mi aprecio y bendición.
+ Juan Alberto Puiggari
Obispo de Mar del Plata
En Aparecida, el Santo Padre ha recordado con vigor: “La familia, «patrimonio de la humanidad», constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente.”[3]
Mons. Juan Alberto Puiggari
Mar del Plata 2010
Mar del Plata 2010
La familia, comunidad de amor al servicio de la vida
Queridos hermanos y hermanas:
El adviento marca el inicio de un nuevo año litúrgico y nos sitúa ante la historia en la perspectiva de la salvación. La gracia de Dios da fecundidad al esfuerzo cotidiano que cada uno de ustedes realiza en la gran familia diocesana. Doy gracias al Señor por todos los frutos que nos ha concedido durante el año por la vida y los convoco a proyectar las actividades de nuestras comunidades en el marco de la pastoral orgánica dedicando el año 2010 a la familia.
Al inicio de su pontificado, el Siervo de Dios Juan Pablo II, decía: “El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social -en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos- es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención.”[1]
Nuestra opción pastoral, centrada en la llamada a la santidad, quiere poner su mirada en el camino, que por encargo del Señor, recorre la Iglesia: el hombre y la mujer, de manera particular, en esta dimensión fundamental de su existencia que es la familia. “Recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas” [2] proponíamos los Obispos de la Argentina en este camino hacia el Bicentenario. Les pido a todos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, fieles laicos, comunidades, instituciones educativas y movimientos que proyecten acciones pastorales concretas para que este tema sea una prioridad en la reflexión, en el estudio, en la catequesis, en la oración, en la celebración, que permitan un renovado paso del Señor por todas las familias de nuestra diócesis.
1. La familia, un gran tesoro
Este año ha de ser una oportunidad para que anunciemos con renovado ardor y valoremos con compromiso efectivo el tesoro de la familia. Contemplemos el misterio de amor que se manifiesta en la Navidad. El Hijo unigénito de Dios asume nuestra carne, entra en nuestra historia y, desde dentro mismo de nuestra humanidad, nos abre las puertas de la intimidad de la vida divina, que es Trinidad. El Dios todopoderoso se hace pequeño y vulnerable, asume la aventura de la vida humana desde el momento de la concepción en el seno de la Virgen María. La encarnación redentora acontece en una familia. El Hijo de Dios asume las alegrías y las dificultades, los esfuerzos y los sacrificios, semejantes a los que viven nuestras familias. De este modo nos muestra que la familia es un tesoro para Dios.
“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”.[4] Estas palabras del Concilio nos recuerdan la íntima vinculación de Jesucristo con cada persona, que es “alcanzada” por su amor en el seno mismo de la familia. La familia, lugar originario donde el hombre y la mujer conforman una comunidad de amor al servicio de la vida, es elegida por Dios como lugar de salvación. En ella cada persona puede, con ayuda de la Gracia divina, alcanzar la madurez integral. Dios nos llama a acoger su Vida en nuestras familias. Solo su presencia puede hacer de cada familia lugar de realización plena y santuario de la vida. Por eso los invito a dejarse guiar por la Sagrada Familia. Jesús, José y María nos enseñan a ser familia, nos muestran el modo en que debemos vivir este tesoro. La Navidad nos dará la oportunidad de volver a meditar los relatos del Evangelio donde aparece el testimonio luminoso de la Familia que nos acompaña y nos enseña hoy a ser familia. Les pido, entonces, déjense guiar por ellos y, por medio de la reflexión, la lectura orante de la Palabra, y una renovada vida sacramental, adéntrense en la escuela de la Sagrada Familia para cultivar las virtudes de la vida familiar.[5]
A lo largo de este año escucharemos muchas veces la palabra familia. No es tan solo un concepto, sino que evoca una multiplicidad de vivencias y recuerdos, que hacen presente la alegría, la emoción e incluso la tristeza por dolores que han signado la historia o son parte, hoy, de la realidad familiar. La familia implica la vida de todo hombre y de toda mujer, se despliega en unas coordenadas precisas de espacio y de tiempo, hace presentes rostros concretos de hijos e hijas, de papá y de mamá. Sé que muchas familias atraviesan hoy momentos de dificultad, que sufren el drama de la división, de la enfermedad, de la falta de trabajo, de la separación. Comprendo la especial situación de quienes han formado una nueva pareja y la de aquellos que se encuentran solos y no tienen hoy una familia. A todos les recuerdo que el Señor los acompaña, que somos parte de la familia de la Iglesia, que estamos llamados a crecer como comunidad de amor. Por cada uno de ustedes elevo mi oración. Asimismo, los invito a contemplar la propia realidad familiar, a redescubrir el gran tesoro que es la familia en cada vínculo, en cada rostro y asumir con valor y espíritu de conversión la renovación profunda de sus familias a la luz del Evangelio.
2. La hora de la familia
En el discurso antes citado, Benedicto XVI continua: “Sin embargo, [la familia] en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio…”[6]
Las palabras del santo Padre reflejan la compleja realidad actual que constituye un gran desafío para la familia. El secularismo, el relativismo ético, el hedonismo, el primado de la libertad individual deficientemente comprendida, han dado lugar a líneas de reflexión y de acción cultural contrarias a la naturaleza de la familia. Sobre estos fundamentos se han desarrollado visiones inadecuadas de la persona, de su corporeidad y de la sexualidad, por ejemplo en la llamada “perspectiva del genero”. Los “nuevos modos” de concebir los vínculos afectivos entre las personas llegan a cuestionar la institución matrimonial y la familia, alcanzando incluso dimensión legislativa. Estos y otros elementos, unidos a la desvalorización de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, son algunos de los rasgos culturales que ponen de manifiesto la urgente necesidad de una formación de la conciencia en la verdad sobre el bien de la persona y de la familia.[7]
“Pero a pesar de todo, percibimos que la familia es un valor apreciado por nuestro pueblo. El hogar sigue siendo un lugar de encuentro de las personas y en las pruebas cotidianas se recrea el sentido de pertenencia. Gracias a los afectos auténticos de paternidad, filiación, fraternidad y nupcialidad, aprendemos a sostenernos mutuamente en las dificultades, a comprendernos y perdonarnos, a corregir a los niños y a los jóvenes, a tener en cuenta, valorar y querer a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes. Cuando hay familia, se expresan verdaderamente el amor y la ternura, se comparten las alegrías haciendo fiesta y se solidarizan sus miembros ante la angustia del desempleo y ante el dolor que provoca la enfermedad y la muerte”. [8]
Por este motivo los invito a reflexionar y discernir con atención los rasgos de la cultura contemporánea que afectan a la concepción y dignidad de la persona y de la familia. Accesibles a la razón, por estar contenida en la ley natural, a la luz de la Palabra de Dios y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia debemos redescubrir la verdad de la familia. Soy consciente de que enfrentamos grandes desafíos. Sin embargo, estoy convencido de que esta es la hora de la familia. Nuestra preocupación por la vida, por los niños y los jóvenes, por la patria bicentenaria, por la paz y el desarrollo, por la cultura solo hallarán respuesta en la familia. Somos conscientes de la necesidad de toma de decisiones y aplicación de medidas a nivel internacional y nacional para reconducir las cosas desde el orden moral objetivo. No obstante, quiero que valoren cada una de las acciones que a nivel de las familias, de las comunidades e instituciones, estamos poniendo en marcha y fortaleceremos a lo largo de este año. La necesidad de una transformación profunda nos interpela y es un llamado a cada familia, para que como comunidad de amor al servicio de la vida, asuma este desafío de transformación cultural.
3. Celebremos y anunciemos la belleza de la familia
¡Familia ábrele las puertas a Cristo!
El primer llamado que quiero hacer a las familias es el de recuperar y fortalecer la dimensión religiosa. La conocida escena evangélica de Zaqueo (Cf. Lc 19,1-10) nos invita a abrir las puertas del corazón y del hogar a Jesucristo. Zaqueo se deja encontrar por el Hijo de Dios que lo busca, lo mira con ternura y va a su casa. El encuentro con el Señor cambia la vida de este hombre y de su familia. Déjense encontrar por Jesucristo, dejen entrar al Señor a su casa, permítanle sentarse a la mesa familiar. ¡Ábranle a Jesucristo las puertas del corazón y del hogar! Sólo El tiene palabras de vida eterna, sólo Él puede darles el verdadero alimento (Cf. Jn 6), sólo Él puede iluminar el camino de la familia y sostener los vínculos, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Cf. Jn 14,6).
Esta apertura del corazón y del hogar a Jesucristo se tiene que cristalizar en gestos y actitudes concretas y cotidianas. Tienen que animarse a hacer experiencia familiar de Cristo en la oración común, en la bendición de los padres a los hijos, en la celebración del domingo en familia que alcanza su cumbre en la participación en la Misa. No esperen a que se manifiesten los problemas para acudir a Dios, más bien, fundamenten en Él la vida familiar para lograr la fortaleza y la madurez para enfrentar los desafíos. Lean y mediten el Evangelio en familia con frecuencia para que la Palabra de Dios sea cimiento del hogar. El ámbito privilegiado y la escuela donde se encarnan las actitudes que nos enseña el Señor es la familia. En la hora de la prueba y del dolor acudan a Él, recordando el llamado del Señor a cargar con la cruz cotidiana (Cf. Mt 16,24). Al contemplar en familia el misterio del amor de Dios también ustedes dirán conmovidos “Señor a quien iremos si tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Cultivar la religiosidad familiar es el mejor antídoto contra la hegemonía de la televisión, la discusión o la indiferencia. La religiosidad no es algo ajeno a la familia, es más bien su “ambiente vital”. De este modo el Señor puede morar con nosotros y hacer del hogar una verdadera comunidad de amor al servicio de la vida. La familia que reza unida permanece unida[9].
Permítanme insistir en la importancia del domingo. Debemos recuperar el día del Señor y de la familia. La familia, iglesia doméstica, ve coronada su comunión de amor en la participación viva en la mesa de la familia eclesial. Participando en la mesa de Cristo se nutre con el alimento que da origen a la verdadera comunión y el Señor vive en el corazón de la familia. El sacrificio de amor de Cristo es modelo y fuerza que suscita y sostiene cada sacrificio familiar. La presencia real de Cristo, adorado en familia, saca del individualismo a cada uno de sus integrantes y lo ayuda a crecer en la alteridad y en el servicio. Todas las parroquias y las comunidades educativas deben asumir el desafío de una profunda renovación, que tenga su fuente y culminación en la Eucaristía y que debe tener como horizonte la inserción y, el acompañamiento de las familias.[10] La parroquia debe ser familia de familias.
¡Familia cuida, ama y promueve la vida!
El evangelio de la vida que hemos anunciado y meditado el año pasado está íntimamente unido a la familia. La familia es el santuario de la vida. Es en la familia, comunidad de amor de los esposos, donde debe ser engendrada, cuidada y protegida la vida. La vida humana reviste siempre una particular fragilidad, es especialmente vulnerable en su inicio y en su final. La familia es garante y custodio de la vida, a ella ha sido confiada y reviste una grave responsabilidad de los padres asumir este servicio. Ninguna instancia social, política o económica, puede arrebatarle este derecho y este deber. Por el contrario, debemos exigir a dichas instancias el desempeño subsidiario y solidario de su función. Recordemos la gravedad particular que reviste el aborto. Es un “no” a la vida y al mismo tiempo un “no” a la familia. Es una mutilación de la familia en el seno de la mujer. El amor y la vida no son dos realidades independientes y manejables según las conveniencias o gustos subjetivos. Amor y vida son dos dimensiones inseparables que solo se pueden vivir integralmente en el horizonte de la dignidad de la persona.
¡Familia educa en la verdad!
La familia es el ámbito originario de la educación. Qué es la educación sino un proceso de maduración integral de la persona a la luz de la verdad. En el hogar se forman los cimientos de la personalidad, de la conciencia y se desarrollan las virtudes que permiten guiar a la persona a una madurez plena e integrada. La familia es el ámbito para descubrir, aceptar y madurar la propia identidad, como varón o como mujer. Es, también, el espacio en el que se puede descubrir la propia vocación como camino de plenitud. En la familia cada miembro puede vivir, en su sentido más genuino, la libertad como capacidad para de realizar el proyecto de vida. La dinámica del amor vivido en la familia se vuelve, en los hijos, proyecto de amor que da lugar a nuevas familias, consagrados y sacerdotes, hombres y mujeres gestores de un cultura del amor y de la vida. Queridos padres acompañen incondicionalmente a sus hijos en este proceso y no los dejen a merced de propuestas e idolologías que llevan a una “construcción subjetivista y arbitraria” de la identidad y del proyecto de vida. “Como muchas veces hemos dicho, el diálogo es esencial en la vida de toda familia y de cualquier construcción comunitaria. El que acepta este camino amplía sus perspectivas. Gracias a la opinión constructiva del otro, descubre nuevos aspectos y dimensiones de la realidad, que no alcanzaría a reconocer en el aislamiento y la obstinación[11]. Les pido que participen activamente en las comunidades educativas donde se forman sus hijos y que sean protagonistas de su formación.
¡Familia, despliega la creatividad del amor!
Los animo a desplegar la creatividad el amor que asume el desafío del perdón, de la misericordia, de la reconciliación. Se trata de la respuesta adecuada a los conflictos y enfrentamientos, a las divisiones y rencores, a las diferencias generacionales y a los resentimientos. San Pablo la expresa con esta exhortación: “No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rm 12,21). La creatividad del amor nos inserta en un horizonte más amplio que el de los propios intereses moviéndonos a comprender al otro en su complejidad y realidad. Nos vuelve más sensibles y atentos a los hermanos más necesitados y débiles, comenzando por los miembros de la propia familia. Sostenida por la caridad divina nos impulsa más allá de todo límite impuesto por el cálculo y la conveniencia. En esta creatividad, el amor se caracteriza por no tener medida y se nutre en su fuente que es Dios. El amor es la fuerza creadora en la que tiene origen cada vida humana, que ha revelado y comunicado Jesucristo y que se ha manifestado en la cruz como amor hasta el extremo (Cf. Jn 13,1). Se trata, en definitiva, de la creatividad de la gracia divina que se vale de signos, palabras y personas, consagradas al servicio de la comunicación de la vida divina en los sacramentos, y que asume, de manera particular, a la familia para que sea su santuario.
Para finalizar, los convoco a celebrar y anunciar con gozo la belleza de la familia. A lo largo del año habrá propuestas diocesanas, nos reuniremos en un congreso para estudiar la problemática de la familia en nuestra diócesis, nos reuniremos para celebrar este don de Dios, pero les pido a todos que acompañen y sostengan las acciones que cada comunidad ponga en práctica. Los invito a entronizar en el hogar el ícono que acompaña nuestro camino pastoral. Con su ayuda, cada día, volvamos la mirada a la Sagrada Familia, permanezcamos en su escuela y asumamos con compromiso la hora de la familia, tesoro que Dios ha regalado a la humanidad y que es responsabilidad nuestra cuidar.
Quédate con nosotros Señor.
Quédate en nuestra familia,
ilumínanos en la noche de la duda,
sé sostén en nuestras dificultades,
consuélanos en nuestros sufrimientos y
haz fecunda la fatiga de cada día.
Aleja de nuestro hogar todo mal y
afirma nuestros pasos en el bien y en el amor.
Te pedimos por las familias de nuestra comunidad,
de nuestra diócesis y de nuestra Patria.
Ayúdanos a trabajar unidos,
a cultivar los valores, a defender con pasión la vida.
En esta hora de la familia te pedimos la gracia
de anunciar y valorar el tesoro de la familia,
cuando en torno a ella se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza.
Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos
donde nazca la vida humana, se la acoja, se la ame y se la respete,
desde su concepción hasta su término natural. Amén [12]
Queridos hermanos y hermanas, El Evangelio de Jesús nos ofrece motivos de sobra para alentar este espíritu misionero, al que nos convoca Aparecida. Su mensaje es el que necesitamos escuchar para alcanzar una vida mejor, restaurando la familia en Cristo, como salió del corazón de Dios a imagen de la Trinidad Santísima, teniendo como modelo la Sagrada familia de Nazaret. “No hay excusas que justifiquen la dejadez y las demoras. El Espíritu Santo puede infundirnos toda la fuerza y el impulso que nos hace falta. María es el signo de esperanza más bello que podemos pedir. Naveguemos mar adentro nutridos por la Palabra y reconfortados en el banquete de la Eucaristía.”[13]
Con mi aprecio y bendición.
+ Juan Alberto Puiggari
Obispo de Mar del Plata
_______
Notas:
[1] Juan Pablo II, Carta Encíclica “Redemptor Hominis” 14.
[2] 96º ASAMBLE PLENARIA C.E.A., “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad” 32.
[3] Benedicto XVI, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Discurso Inaugural 5.
[4] GS 22.
[5] Cf. Benedicto XVI, Discurso al final del rezo del Santo Rosario en el Santuario de Nuestra Señora
Aparecida, 12 de mayo de 2007.
[6] Ibíd.
[7] Cf. VS 64
[8] C.E.A., “Navega Mar Adentro” 43.
[9] Juan Pablo II, Carta Apostolica “Rosarium Viriginis Mariae” 41.
[10] Cf. Ap 170. También 99.169.
[11] 96º ASAMBLEA PLENARIA C.E.A., “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad” 16
[12] Cf. Benedicto XVI, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Discurso Inaugural 6.
[13] C.E.A., “Navega Mar Adentro” 100
[1] Juan Pablo II, Carta Encíclica “Redemptor Hominis” 14.
[2] 96º ASAMBLE PLENARIA C.E.A., “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad” 32.
[3] Benedicto XVI, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Discurso Inaugural 5.
[4] GS 22.
[5] Cf. Benedicto XVI, Discurso al final del rezo del Santo Rosario en el Santuario de Nuestra Señora
Aparecida, 12 de mayo de 2007.
[6] Ibíd.
[7] Cf. VS 64
[8] C.E.A., “Navega Mar Adentro” 43.
[9] Juan Pablo II, Carta Apostolica “Rosarium Viriginis Mariae” 41.
[10] Cf. Ap 170. También 99.169.
[11] 96º ASAMBLEA PLENARIA C.E.A., “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad” 16
[12] Cf. Benedicto XVI, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Discurso Inaugural 6.
[13] C.E.A., “Navega Mar Adentro” 100
En Aparecida, el Santo Padre ha recordado con vigor: “La familia, «patrimonio de la humanidad», constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente.”[3]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario