miércoles, 10 de noviembre de 2010

La especificidad del arte sacro - Rodolfo Papa

La especificidad del arte sacro
Rodolfo Papa *


ROMA, martes 9 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- ¿Qué significa “arte sacro”?. La definición del concepto de “arte” es muy compleja; difícil es también la connotación de la noción de “sacro”, de modo que se pueda obtener una respuesta a la pregunta inicial mediante la suma de las definiciones del sustantivo “arte” y del adjetivo “sacro”, pues resulta particularmente arduo y, quizás, infructuoso. Fecundo, en cambio, es buscar la identidad del arte sacro en los documentos magisteriales, siguiendo su recorrido casi topográfico, en el que mediante precisiones progresivas se descubre cuál es el lugar y la finalidad específica del propio arte sacro.

Puede ser útil partir de un documento del Concilio Vaticano II, la Constitución Pastoral Gaudium et Spes en la que leemos: “el hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los conceptos más altos de la verdad, el bien y la belleza y al juicio del valor universal” (n. 57).

El arte se coloca entre las disciplinas que elevan al hombre, y por tanto posee una auténtica connotación humanística, entendiendo el humanismo como cultivatio animi. Esta elevación de la familia humana tiene lugar mediante el conocimiento de lo verdadero, del bien y de lo bello. Está clara la referencia a las características trascendentales del ser, es decir, a esas características que poseen todo aquello que es en cuanto que es, es decir, la verdad, la bondad y la belleza, que son perfecciones compartidas por Dios a toda la creación. Está claro también que el arte se define por una singular relación con la belleza.

Dado que la noción de arte es muy vasta y plural, es útil hacer referencia a la distinción entre artes liberales (es decir, las artes teóricas, que no implican un trabajo físico, como la poesía) y artes mecánicas (es decir, las artes que implican trabajo manual, como la escultura y la pintura). Con todo se trata de una distinción que el Renacimiento ya demostró superar; el arte auténtico implica la liberalidad del conocimiento y la mecanicidad (es decir, la practicidad efectiva) de la producción. Por tanto en cierta forma supera esta separación, o mejor, la integra orgánicamente.

Aclarado esto, es necesario también afrontar la distinción entre artes útiles y artes bellas. Las artes útiles están dirigidas a fines prácticos, mientras que las artes bellas están dirigidas a la belleza. El arte, por tanto, va precisándose en su identidad específica, por una relación particular con la belleza. Y es precisamente en este contexto de las bellas artes donde debemos buscar el lugar del arte sacro. De hecho la belleza del arte expresa la belleza de lo creado, y por eso mismo, del Creador, y está por tanto constitutivamente abierta en relación con Dios.

Dentro del arte bello se distingue el arte religioso, es decir, un arte que expresa un sentimiento religioso. Dentro, o mejor, en la cumbre del arte religioso encontramos finalmente el arte sacro. Aquí resulta iluminador citar la Constitución sobre la Sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II: “Entre las actividades más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro” (n. 122).

El arte sacro es la cumbre del arte religioso, o lo que es lo mismo, el arte religioso contiene al arte sacro y no a la inversa. Podríamos decir que entre la obra de arte religioso y la obra de arte sacro existe la misma relación que une y separa una poesía que habla de Dios y una oración: también la oración es bella, como la poesía, pero tiene una diferente identidad específica. El adjetivo “sacro” se atribuye de hecho al culto, a los ritos, a los lugares, precisamente, “sacris”, y de la misma forma al arte “sacro” y a sus obras. El arte religioso se convierte en “sacro” cuando está dirigido al culto sagrado, al rito sagrado, para que “sirva a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia” (n. 123).

Por tanto el arte sacro es íntegramente arte, pero encuentra su identidad en la sacralidad del rito al que está destinado y que lo conforma por entero, de manera que una obra de arte sacro debe ser de forma auténtica una obra de arte, pero no es suficiente con que lo sea; debe de hecho estar íntima y completamente dirigida a la sacralidad, debe hacerse espejo de las verdades de la fe, debe hacerse celebración y liturgia. Esto impone una connotación peculiar de la propia obra de arte, tanto que en los documentos magisteriales encontramos también las indicaciones para distinguir ulteriormente el arte sacro en “auténtica” y “no auténtica”. Este camino, que lleva hacia un arte no solo bello sino también bueno y verdadero, realista sin exageraciones, simbólico sin abstracciones, es tan importante que necesita un tratamiento aparte.




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* Rodolfo Papa es historiador de arte, profesor de historia de las teorías estéticas en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma; presidente de la Accademia Urbana delle Arti. Pintor, miembro ordinario de laPontificia Insigne Accademia di Belle Arti e Lettere dei Virtuosi al Pantheon. Autor de ciclos pictóricos de arte sacro en diversas basílicas y catedrales. Se interesa en cuestiones iconológicas relativas al arte del Renacimiento y el Barroco, sobre el que ha escrito monografías y ensayos; especialista en Leonardo y Caravaggio, colabora con numerosas revistas; tiene desde el año 2000 un espacio semanal de historia del arte cristiano en Radio Vaticano.



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