domingo, 18 de mayo de 2025

León XIV y la Unidad de la Iglesia - Mario Caponnetto

León XIV y la Unidad de la Iglesia
 Mario Caponnetto
    
    
[ELCAMINO] Hemos seguido por la televisión la Misa de iniciación del ministerio petrino del Santo Padre León XIV. Hay varios puntos dignos de ser destacados. En primer lugar, la conmovedora solemnidad de la liturgia. No hubo ninguna concesión ni a la “creatividad” ni a la vulgaridad. León XIV celebró en latín, rezó el canon romano (hoy llamado Prex prima); recibió visiblemente emocionado los atributos papales, el palio y el anillo. Su rostro y su postura expresaron claramente piedad y devoción. Impresiona como un hombre de Dios, animado de una profundad vida espiritual. El contraste con su predecesor inmediato no puede ser mayor. Hubo, además, un gesto litúrgico de gran significado: el Evangelio se cantó en griego y en latín subrayando los dos pulmones con los que respira la Iglesia de Cristo: Oriente y Occidente. 
    
Análisis aparte merece la homilía. Fue breve. Las palabras de León XIV no pasaron de la enunciación de conceptos generales; no hemos visto (o al menos no hemos sabido ver) ningún programa concreto que permita vislumbrar cuál será, en definitiva, el rumbo de este Pontificado.
    
Pero sí hay algo que quedó en claro: el Papa ha insistido en la unidad de la Iglesia; unidad en la caridad: “Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro”, subrayó. Hemos de suponer que esta insistencia en la unidad demuestra que el Santo Padre tiene una muy clara conciencia del gran mal que hoy aqueja a la Esposa de Cristo: las profundas divisiones, los desgarros internos que laceran el cuerpo eclesial. 
     
Igual que en otras épocas de su bimilenaria historia, la Iglesia atraviesa en nuestro tiempo un despiadado asalto de sus enemigos interiores. Como ocurrió con tantas otras herejías, hoy la herejía modernista está haciendo estragos. Sus frutos de muerte están a la vista: confusión doctrinal, herejías explícitas propaladas desde la máxima altura de la Jerarquía, caos litúrgico, un ejercicio de la autoridad despótico e inmisericorde para los que permanecen fieles y firmes en la defensa de la Fe pero complaciente y permisivo para los que promueven los errores más abominables, una falsa eclesiología que subvierte de raíz la constitución y la naturaleza de la Iglesia, una pastoral que, de hecho, niega la doctrina mientras afirma que ella no ha cambiado; y un largo etcétera. Todos estos males, por cierto, no son nuevos: vienen desde hace varias décadas, pero se han visto agravados ad infinitum en el ruinoso Pontificado de Francisco. 
     
No dudamos de que el Papa tiene, repetimos, una clara conciencia de esta desgraciada situación. Pero la pregunta que se plantea es ¿cómo poner remedio a estos gravísimos males? ¿Qué vías, qué medidas adoptará, ya en lo inmediato, el nuevo Pontífice en orden a superar los estragos de la herejía modernista y a restablecer la integridad de la Fe Católica? 
    
En el inicio de su homilía, León XIV sostuvo: “Acompañados por vuestras oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía” (el destacado es nuestro). 
     
Si hemos de ser sinceros, estas palabras nos suscitan una cierta inquietud. Siguiendo con la metáfora musical, es de inocultable evidencia que entre los “distintos instrumentos musicales” que sonaron en el Cónclave, muchos de ellos -los provenientes, precisamente, de los sectores modernistas-  desafinan por completo: son notas disonantes que hieren los oídos de la Fe. Entonces ¿qué melodía puede construirse a partir de tales notas?
     
La unidad de la Iglesia se edifica sobre la caridad, pero, también, sobre la verdad. Si lo que se busca es una unidad de “consenso”, una suerte de convivencia de la verdad con el error, nos animamos a afirmar, con toda humildad y respeto, que ese camino no nos conducirá a buen puerto. 
     
La homilía tuvo, justo es reconocerlo, un marcado acento cristológico. León XIV dejó bien en claro que aspira a una Iglesia unida, pero para que sea fermento de un mundo nuevo que vuelva sus oídos y su corazón a Cristo: “Quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno”.
     
Una vez más, queda en claro que la unidad en el amor es el gran anhelo del nuevo Sumo Pontífice. Pero, ¿solo en el amor, en una caridad que prescinda de la verdad? De hecho, el Papa no ha mencionado esta palabra, salvo una somera referencia a custodiar el rico patrimonio de la Fe. Mas la verdad nunca puede ser dejada de lado. 

El Santo Padre ha dicho que le preocupa, a semejanza de su predecesor León XIII, esta nueva revolución industrial cuya máxima expresión es la inteligencia artificial. Preocupación sin duda más que justificada habida cuenta de que la inteligencia artificial es, al presente, la más acabada muestra de una tecnolatría que sustituye a Dios y termina volviéndose contra el hombre mismo. Pero, siempre con humildad y mansedumbre, le decimos al Santo Padre: antes que de la inteligencia artificial es preciso ocuparse de la inteligencia católica hoy pavorosamente debilitada y por completo estéril, como la sal insípida de la Escritura (Mateo 5, 13; Lucas 14, 34, 35). La raíz de todos los males presentes reside en una grave crisis de la inteligencia católica que se ha apartado de la Verdad y ha despreciado el Logos. Y es oportuno recordar la sentencia de San Agustín: “Dios ha colocado la doctrina de la verdad en la cátedra de la unidad” (Epístola. 105,16).
    


18 de mayo de 2025, V Domingo de Pascua.









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