lunes, 2 de marzo de 2020

Rafael Gambra y una Sublime Negación - Sebastián Sánchez

Rafael Gambra y una Sublime Negación
Sebastián Sánchez


“El Silencio de Dios” es una de las obras de mayor hondura y belleza del filósofo navarro, verdadero pilar del Tradicionalismo Contemporáneo. Contiene un proverbial “no” restaurador frente a las destructivas innovaciones modernas.


[La Razón / El Camino] Hay hombres que lo reconcilian a uno con los hombres. Hombres que han vivido diez vidas en una y que nos mueven, no ya a la envidia, sino a la humilde imitación. Hombres que han pasado su tiempo en la tierra siguiendo el resplandor de la Verdad y esforzándose por transmitirlo. Rafael Gambra (1920-2004), el muy navarro filósofo español, ha sido uno de ellos.

Fue uno de los pilares del tradicionalismo contemporáneo, un filósofo cabal de probada ortodoxia y de pluma diamantina. Su reflexión dejó impronta en varias generaciones españolas e hispanoamericanas y sus escritos poseen una inusitada vigencia. Como otros filósofos de su generación -con las mismas “ideas y creencias”, diría Ortega- Gambra llevó una vida pletórica de serios y trascendentes aconteceres, sin excluir el “vivire pericoloso”. Es que, como dice Gómez Dávila, “siempre hay Termópilas donde morir”. En julio del ´36, cuando el Alzamiento, Rafael contaba con 16 jóvenes años y veraneaba con su familia en el Valle de Roncal, al borde del Pirineo navarro. Allí lo imaginamos, poco más que un niño, al pie de la Peña Ezcaurre, anoticiándose del inicio de la Cruzada.

No tuvo asomo de duda al alistarse como requeté -¿qué otra cosa haría un hijo de prosapia carlista?- en el Tercio de Abárzuza. Combatió reciamente durante los tres años de la contienda, que terminó con el grado de alférez, jefe de una compañía del Tercio, y con media docena de medallas al valor en combate. 

Tras la batalla llegaría cierto apaciguamiento del espíritu en los estudios y el consiguiente inicio de una prolífica vida intelectual. No obstante, jamás cejaría en el ejercicio de la política (lejos, muy lejos, de los partidos), a la que concebía como “oficio del alma”.

Estudió filosofía en la Universidad de Madrid -la que hoy lleva por nombre Complutense- y allí se doctoró con un trabajo significativo para sus ulteriores preocupaciones intelectuales: «La interpretación materialista de la historia» (1946).

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