sábado, 30 de abril de 2022

¿Conferencia Episcopal? ¡Libertad de los Obispos! - Mons. Héctor Aguer

¿Conferencia Episcopal? ¡Libertad de los Obispos!
Mons. Héctor Aguer


Un caso que, en mi opinión, muestra hasta dónde puede llegar una Conferencia Episcopal, es el desvío de la ortodoxia dogmática, moral y disciplinar que protagoniza la Conferencia Episcopal Alemana”.


(InfoCatólica/ELCAMINO).- En otras oportunidades he criticado la actual organización eclesiástica centralizada, cuya pieza clave es el protagonismo local de las Conferencias Episcopales. Éstas han asumido un papel político, imitado de los parlamentos seculares. Hay, por lo general, una Presidencia y dos Vice, elegidas por mayoría de votos de los miembros obligados de la Conferencia. 

No existen partidos episcopales formalmente constituidos, pero no faltan los grupos que reúnen a quienes comparten una determinada eclesiología, y la misma opinión tanto sobre cuestiones intraeclesiales como sobre temas sociales y políticos del país; vinculados sin duda con la moral católica y la Doctrina Social de la Iglesia.

En estos parlamentos episcopales se verifica un orden análogo a los de orden secular: hay voz y voto (los eméritos pueden hablar pero no deciden nada), se pide la palabra, se la concede o no según las circunstancias, hay también mayorías y minorías, etc. Estamos acostumbrados a esta organización; no solo los fieles católicos, sino todos los ciudadanos –por lo menos aquellos a quienes interesa el eventual poder y la influencia de la Iglesia– que se informan, o más bien se «desinforman», gracias a ciertos periodistas que se dicen «especializados en cuestiones religiosas». La organización reseñada favorece cierto tipo de ejercicio de la autoridad en el interior de la misma.

La experiencia revela que existen, por ejemplo, oficialismos (todos sabemos qué significa este término: tendencia de apoyo al gobierno), y no faltan obispos de quienes se puede pensar –lo digo con todo respeto y aprecio– que, por su sencillez y carencia de un nítido y amplio pensamiento propio, se pliegan al «oficialismo» reinante. Quiero pensar que tampoco faltan quienes aprecian su libertad, intentan conservarla y ejercerla, sin desentonar en el conjunto, en el cual suele insistirse sobre la necesidad de la unidad. El «verso» de la unidad, típico de la poesía episcopal, puede recitarse con recta intención, sin prejuicios, y sin el mero propósito de mantener una cobertura, aunque ésta sea ajena a la realidad. Se esgrime muchas veces el ideal de la unidad para «correr con la vaina» y, así, «apretar» a los reticentes a apoyar cierta postura. Los eclesiásticos –pienso en los obispos– somos personas humanas, y cada uno es un mundo en el cual se entrechocan opiniones legítimas, defectos, posturas más o menos graves, cerriles e injustificadas, por supuesto, también auténticas virtudes, ¡faltaría más! Me atrevo a pensar que así ocurre «ut in pluribus»; entre los integrantes puede haber algún santo, por supuesto; ¡me imagino cuánto tendrá que sufrir! Podemos ser todos más o menos buenos, pero no es lo mismo que ser santos.

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