lunes, 1 de noviembre de 2010

Juana, la Papisa - P. Alberto Royo Mejía

Juana, la Papisa
P. Alberto Royo Mejía


Una de las muchas leyendas que a algunos interesa creer como verdadera.


La novela “Pope Joan” de la conocida escritora feminista americana Donna Woolfolk Cross, puso hace unos años de moda la figura legendaria de la Papisa Juana, dando lugar en 1909 a una película, “Die Päpstin”, producida por los mismos que en su día produjeron “El nombre de la Rosa” o “El Perfume” y que ha tenido un discreto éxito, sin duda menor del de las otras películas mencionadas, a pesar de ser una coproducción alemana, inglesa, italiana y española.

La novela de Donna Woolfolk, que presenta todo como una ficción pero no deja de tener pretensiones de veracidad histórica (pues añade un apéndice de 11 páginas para probar la existencia de la papisa), gira en torno a la figura legendaria de Juana de Ingelheim, que habría nacido hacia 822 en la localidad de Ingleheim am Rhein, cerca de Maguncia, una mujer nada común. Según la leyenda era hija de un monje, Gerbert, y desde pequeña mostró gran interés por la ciencia, de hecho hizo estudios de medicina. Inteligente como era, sabía que en la sociedad de su tiempo tenía poco que hacer, esto es al menos lo que dice la leyenda, que parece ser desconoce la buena cantidad de mujeres medievales que destacaron y hoy son recordadas por su erudición en los diversos campos del saber. Sin embargo, cierto es que no tenían las cosas fáciles, por lo que Juana habría decidido vestirse de varón y entrar en religión en la abadía benedictina de Fulda, en la que fue conocido como “Juan el médico”.

Como monje pudo profundizar en la ciencia médica que ya conocía, consultar las mejores bibliotecas de la época y recorrer el mundo (la clausura monacal de entonces no era lo de ahora) y habría llegado hasta Constantinopla, donde habría conocido a la Emperatriz Teodora. Todo ello le ayudó a su carrera eclesiástica, que la había llevado hasta Roma. Algunos sin embargo presentan su marcha a Roma como fruto de aventuras rocambolescas, todavía más fantasiosas.

El caso es que, una vez llegada a Roma, su fama de médico llegó hasta el mismo Papa Sergio II, que la llamó (o podríamos decir “le” llamó) a ser su médico personal y al cual Juana habría curado de la gota. Grande sería la fama de dicho galeno cuando, a la muerte del Pontífice, en vez de ser sucedido por el benedictino León IV, como realmente ocurrió, habría sido sucedido por otro “benedictino”, esto es por la susodicha Juana. Otra tradición más difundida habla sin embargo de ella como médico de León IV y su sucesora, por lo que en realidad no habría sido el nuevo Papa Benedicto III (como realmente fue) sino nuestro monje galeno travestido que habría tomado el nombre de Juan VIII.

Al cual los votos religiosos no debían haber hecho mucho efecto espiritual, pues según la tradición quedó embarazada del embajador Lamberto de Sajonia durante su breve pontificado y fue a dar a luz durante una procesión por las calles de Roma, entre San Pedro y la basílica Lateranense. Larga procesión, todo hay que decirlo, por lo que no es de extrañar que la buena señora rompiese aguas con tanto ejercicio. El final de la leyenda narra como en la misma procesión se enteraron todos del engaño -obispos, clero, pueblo- pues estaban todos allí y, llevados de la ira, lapidaron a Juana. Sin embargo, alguna versión afirma que la papisa habría muerto del parto.

Aunque en el mencionado apéndice de su novela Donna Woolfolk Cross afirma que ya desde el siglo IX se conocía el pontificado de Juana y aceptado como verdad histórica que después en el siglo XVII, en ambiente de contrarreforma, hubo que silenciar por los ataques que producía tal verdad para la Iglesia, la realidad es bien distinta: Solamente a partir del siglo XIII existen voces sobre la papisa Juana y en el siglo XV, con el comienzo de la historiografía crítica, fueron consideradas como sátiras medievales sin valor histórico. Que el Vaticano no tuvo ningún interés en hacer desaparecer las fuentes de dicha leyenda lo demuestra que en el siglo XVII, después de lo que Woolfolk Cross describe como la destrucción de la leyenda, el historiador alemán hace un elenco de más de 500 documentos que hablaban de la papisa, a la vez que reconoce que ninguno es anterior al siglo XIII.

Existen dos versiones de la leyenda, de las cuales la primera deriva de Jean de Mailly, religioso dominico del siglo XIII, que después cita otro dominico, Esteban de Borbón, fallecido en 1261, en su tratado sobre los dones del Espíritu Santo. Allí se dice que entorno al 1100 (obsérvese la diferencia de fechas) vivió esta mujer inteligente que llegó a Papa y fue lapidada por dar a luz durante una aparición en público. Según este religioso, en el lugar donde el pueblo enterró a Juana se habría puesto una lápida: “Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum”.

La segunda versión se encuentra en la Crónica de Martin Bohemio o Martinus Oppaviensis (de Opava, hoy en la república Checa), fallecido en 1278, también religioso dominico y capellán papal. Según su narración, después de León IV habría ocupado la sede de Pedro el joven Juan de Maguncia (Johannes Anglicus, natione Moguntinus) por dos años, siete meses y cuatro días. Dice que se pensaba que fuera una mujer. De joven, su amante la habría llevado a Atenas vestida de hombre y allí, en tales hábitos, habría llegado a ser famosa por su ciencia, de modo que fue llamada a Roma a enseñar. Todo lo demás (elección papal, parto) coincide con el anterior con la variante que habría dado muerto en el parto. Pero para mayor variedad, no falta otra versión de esta misma Crónica, conservada en Berlín, que explica cómo Juana habría sobrevivido al parto, habría sido destituida y habría pasado el resto de su vida haciendo penitencia. Su hijo habría llegado a ser obispo de Ostia.

Como se ha dicho, a partir de este siglo XIII se creyó en la veracidad de la historia de la Papisa Juana, aparece pintada en la catedral de Siena, nombrada en muchos escritos e incluso el hereje Juan Hus, en el siglo XV, se refiere a ella en sus ataques a la Iglesia sin que nadie le contradijera. La iglesia de Roma nunca trató de esconder su existencia e incluso se la nombró en el “Liber Pontificalis”. Durante mucho tiempo se ha creído que fue por ella que surgió la costumbre, hoy desaparecida, de controlar que el recién elegido para Papa fuera un varón, lo cual se apoyaba en la existencia de la “silla perforada”, que todavía se puede contemplar en los museos vaticanos, y que parece fuera en realidad usada para otros menesteres que no tal bochornosa comprobación.

En el siglo XV, historiadores críticos como Eneas Silvio Piccolomini o Platina declararon poco creíble dicha historia, pero esto no le bastó a Lutero, que usó la figura de la Papisa como parte integrante de su ataque al papado. No se le ocurrió al buen fraile lo que ya habían visto los historiadores, esto es, que no coincidía la datación, pues entre lo que decían los primeros textos que se referían a ella y los Papas entre los que se la sitúa había doscientos años de diferencia. La novelista Woolfolk Cross no intenta ni siquiera explicar esta diferencia, sino que se dedica a echar en cara a la Iglesia el haber tenido todo el tiempo necesario para hacer desaparecer los textos más antiguos sobre la Papisa, a la vez que se calla el hecho que precisamente las fuentes más antiguas son de origen eclesiástico y que, por ejemplo, el único ejemplar del “Liber Pontificalis” que hace referencia a Juana se conserva en la Biblioteca Vaticana (se trata de una nota a pie de página, del siglo XIV).

¿De dónde viene la Papisa Juana?. Juan VII reinó en la Iglesia del 705 al 707, mientras que Juan VIII lo hizo del 872 al 882, por lo que podría corresponder cronológicamente con nuestra figura. Pero el sucesor de León IV, el que según la leyenda más probable debía haber sido Juana, fue sin embargo Benedicto III, del 855 al 858. A pesar de lo que se insinúa que dicho Papa pudo ser una invención de los cronistas para ocultar el pontificado de la sabia alemana, en realidad no hubo tal invención, pues de dicho Papa se conservan monedas del primer año de su pontificado que reproducen su efigie junto al emperador Lotario, muerto el 29 de septiembre del año 855. Por otro lado, se conserva una carta del Papa escrita el mismo año 855 y dirigida a la Abadía de Corvey, además de su correspondencia con el obispo de Reims y con los obispos del reino de Carlos el Calvo. Incluso el Patriarca Focio, enemigo del papado romano, cita a Benedicto como sucesor de León, pero no a Juana.

El gran historiador oratoriano Cesare Baronio, discípulo de San Felipe Neri y padre de la historiografía eclesiástica moderna, afirma que la historia de Juana pudo derivar de una sátira referida a Juan VIII (872-882) y su debilidad en las relaciones con Focio. En efecto, el patriarca excomulgado llama en tres ocasiones al Papa de modo irónico “el viril”, probablemente porque tenía fama de lo contrario.

Pero otra teoría dice que el modelo histórico habría sido tomado de Marozia, ya conocida en esta sede pues a ella se dedicó un artículo, la cual fue madre de dos papas, ambos llamados Juan, además de ser la amante del Papa Sergio III (904-911), la cual durante su vida hizo llegar al trono y caer de él a varios papas en aquel periodo tan oscuro de la historia de la Iglesia que el mismo Baronio, aún siendo un hombre discretísimo, llamó la “pornocracia” y también se ha llamado el “siglo oscuro” del papado. Según esta teoría, por el poder que tuvo Marozia, madre de los dos Papas Juan, las lenguas curiales podrían haberla empezado a llamar “la Papisa Juana”.

Por último, otra teoría posible es la del historiador alemán del siglo XIX Ignaz von Döllinger, que en un libro suyo dedicado a las fábulas de la edad media, atribuye la historia de la Papisa Juana a una leyenda popular surgida en el pueblo de Roma basada en el descubrimiento de una estatua de mujer cerca del Coliseo, que llevaba la fórmula dedicatoria P. P. P. (propriae pecuniae posuit) y Pap. Pater Patrum, referido al nombre del benefactor. A eso se pudo añadir el nombre popular de una callejuela de Roma, que la gente llamaba “Vicus Papissa”, pero referido en su origen a la viuda de un personaje rico del siglo X, Giovanni Pape, que vivía en dicha calle. Vaya, una teoría más, tan verosímil como las otras, para explicar una leyenda que nadie con un poco de rigor histórico -que no siempre es el caso- se cree.







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