Un Precioso Tesoro a Conservar
Agustín de Beitía
La liturgia antigua nutrió espiritualmente a los católicos por más de un milenio. Esplendor y belleza de un rito que alimentó a los santos, cautivó a escritores y artistas, e inspiró a compositores. Un valioso patrimonio de la Iglesia que fue relegado por la reforma de Pablo VI, de la que se cumplirán cincuenta años.
[La Prensa / EL CAMINO] En la nochebuena de 1886, un joven Paul Claudel se acercó a la catedral de Notre Dame de París en busca de inspiración literaria. No era la religión lo que le interesaba. A los 18 años, influido por el clima de época, había perdido por completo la fe en la que se había criado. Comenzaba entonces a escribir y, como diría después, quien poseía un nombre en el arte, las ciencias o las letras, era no creyente.
Imbuido de esas ideas acudió a las Vísperas de Navidad. Había llegado atraído, según se dice, por la belleza de la Sagrada Liturgia, para tener algo sobre lo cual escribir. Y en medio de la ceremonia ocurrió lo inexplicable. «En un momento, mi corazón se sintió emocionado, y tuve fe. Tuve fe con tal intensidad de adhesión, con tal exaltación de todo mi ser, con una convicción tan poderosa, con tal seguridad, que no quedaba margen para ninguna especie de duda», contaría en su libro “Mi conversión”.
Es posible que haya pocos testimonios que vinculen más estrechamente la acción de la gracia divina con la Santa Misa. Como es probable también que el espíritu del joven escritor haya sido predispuesto de algún modo por la belleza y el esplendor de ese rito. De hecho, la antigua liturgia del rito romano, que se celebra en latín, nutrió espiritualmente a la Iglesia occidental durante más de un milenio, cautivando a numerosas personas, entre ellas no pocos escritores y artistas, e inspirando a todos los grandes compositores.