El verdadero campo de batalla
Dr. Augusto Padilla
El Dr. Padilla escribió este artículo en enero del año 2008. Dada su actualidad, lo reproducimos, anhelando que nuestros lectores puedan advertir con mayor agudeza la crisis por la que atraviesa nuestra Argentina.
El genial Donoso Cortés, en el primer capítulo de su famoso Ensayo, advirtió que en toda cuestión política va envuelta siempre una gran cuestión teológica. Es que la ciencia de Dios explica todo, tanto para el creyente como para el ateo: «Toda palabra que sale de los labios del hombre es una afirmación de la Divinidad, hasta aquella que lo maldice o que lo niega. El que revolviéndose contra Dios exclama frenético diciendo: “Te aborrezco, tú no existes”, expone un sistema completo de teología, de la misma manera que el que levanta a Él su corazón contrito y le dice: “Señor, hiere a tu siervo que te adora”. El primero arroja a su rostro una blasfemia; el segundo pone a sus pies una oración; ambos, empero, le afirman, aunque cada cual a su manera, porque ambos pronuncian su nombre incomunicable» (1).
Donoso escribió su obra en 1850, y el siglo y medio largo transcurrido desde entonces -con pruebas más que contundentes- ha corroborado cuanta razón tenía el ilustre extremeño, honor de la Iglesia y de España.
La actualidad e importancia de la visión donosiana está a la vista de los que quieren ver y sus palabras a disposición de los que quieren oír. Desde luego, que no se trata de abandonar la contienda política -deber moral, por otra parte- para refugiarse en una torre de marfil. Lo que sí se debe tener en claro, es que sin entender la cuestión que Donoso planteaba, la acción política se vuelve estéril, atacada por el onanismo intelectual y el “cortoplacismo”. Dicho de otra forma: quien no entienda lo que está pasando dentro de la Iglesia, no tiene capacidad para entender lo que sucede fuera de ella. El pescado se pudre por la cabeza y no por la cola. La Iglesia es la madre de nuestra civilización y si Ella se corrompe, nuestras almas corren peligro. Si Ella defecciona, quedamos huérfanos. Si ella abandona el timón, navegamos a la deriva.