La tarea pastoral debe sustentarse en los principios doctrinales
La Plata (Buenos Aires), 19 Nov. 10 (AICA).- “La formación de los sacerdotes, tanto la inicial como la permanente, consiste en un largo y complejo proceso donde la dimensión intelectual se entrelaza intrínsecamente con la formación humana, espiritual y pastoral”. A su vez, “tanto en el laicado, como principalmente en los ministros de la Iglesia, se requiere una gran claridad doctrinal, ante la tendencia dominante a lavar o edulcorar las verdades, para volverlas más atractivas”. Así lo expresó monseñor Antonio Marino, obispo auxiliar de La Plata y miembro de las Comisiones episcopales de Fe y Cultura, y Ministerios, en una exposición que se realizó el pasado 9 de noviembre en el marco de la 100ª Asamblea Plenaria del Episcopado.
El prelado compartió el panel con la doctora Alicia Savanti, monseñor Hugo Santiago, obispo de Santo Tomé, y el presbítero Horacio Álvarez, de la arquidiócesis de Córdoba. El tema central giró en torno a las dimensiones de la formación sacerdotal: humana, espiritual, intelectual, pastoral, y monseñor Marino se refirió específicamente a “La dimensión intelectual en la vida del presbítero”.
Tras señalar que “la crisis de nuestra sociedad es, ante todo, una crisis de sentido, ante el progreso de los medios instrumentales y una disolución de los fines”, consideró que “si de verdad queremos encarar una nueva evangelización y pretendemos que estas palabras no queden como retórica vacía, la implementación de recursos para lograr la formación intelectual permanente del clero, deberá ser motivo de especial atención para los obispos”.
Advirtió que “en una época de relativismo de la verdad, no resultará raro encontrar estas resonancias de subjetivismo en la mente de aquellos a quienes intentamos dar formación, se trate de seminaristas o de jóvenes y no tan jóvenes presbíteros. Esto significa que deberíamos esforzarnos por crear condiciones a fin de revertir una mentalidad que privilegia el hacer y la eficiencia, por encima del ser y el creer”. Además, “la valoración subjetiva ante los problemas morales y la construcción de valores por consenso, son un rasgo inquietante de la cultura en que vivimos”.
En ese sentido, agregó que “deberíamos quizás entender mejor que la lectura y el estudio son parte integral de la espiritualidad de un ministro de la Iglesia, sacerdote u obispo. Al mismo tiempo, deberíamos traducir mejor la convicción de que la tarea pastoral no puede concebirse como un despliegue de actividades prácticas, sin sustento en la solidez de los principios doctrinales” ya que “fácilmente podríamos caer en el activismo pragmático y demagógico, o en una creatividad caprichosa que no incorpora la objetividad de la doctrina ni las normas eclesiales”.
Dimensión intelectual y espiritualidad
En segundo lugar habló sobre “dimensión intelectual y espiritualidad”. Al respecto dijo: “Lejos de ser compartimentos estancos, el cultivo del estudio de la doctrina es parte integral de la espiritualidad del presbítero y del obispo. Una espiritualidad desvinculada de contenidos doctrinales sólidos y de la actividad apostólica que se desarrollarían en forma paralela, fácilmente desembocaría en una concepción intimista y subjetiva de la comunión con Cristo, expuesta siempre a una búsqueda autocomplaciente de nosotros mismos. Viceversa, una teología que no se nutre del hábito de la fe, ni aparece vinculada a la vida espiritual y pastoral, poco y nada podrá entusiasmar al presbítero que en medio de su trabajo apenas tiene tiempo para la lectura y el estudio”.
Formación intelectual y magisterio eclesial
En tercer término se refirió a la “formación intelectual y magisterio eclesial”, y afirmó que “el acto de fe, del cual la teología no es sino su prolongación racional y orgánica, implica necesariamente el ámbito eclesial desde el cual se produce”.
Sostuvo que la dimensión eclesial de la fe, “particularmente la referencia al Magisterio, tanto ordinario como extraordinario, merece hoy día especial atención de nuestra parte, principalmente por tres motivos”:
El primero, “porque el Magisterio entra en diálogo inteligente y crítico con la tendencia contemporánea al llamado «pensamiento débil», característico de la posmodernidad, que sólo se atiene a las certezas empíricas, y relativiza todo lo demás. Según este modelo cultural, los valores que regulan la convivencia se establecen por consenso de mayorías. El Magisterio, en cambio, se anima con la «razón grande», con la proclamación de verdades de validez universal, con valores no negociables, fundados en la naturaleza del hombre y en el derecho natural”.
“Pero, además -añadió-, nos pondría a distancia de tendencias opuestas que dañan nuestra identidad”, y recordó que “ante el embate de la cultura secularista, un sector significativo de la literatura teológica posconciliar, ha ignorado o prescindido de la guía rectora del Magisterio eclesial, bajo el pretexto de una hermenéutica renovada del cristianismo, más fiel a sus orígenes y realizada desde nuevos horizontes conceptuales. En estas obras -dijo-, el Magisterio es, a lo sumo, una instancia más entre otras, pero no la instancia orientadora y normativa”.
El tercer motivo “es de sentido común”, subrayó el obispo para explicar que “en ninguna disciplina, sus cultores aceptan comenzar de cero, omitiendo lo que otros mayores y más calificados han elaborado antes. Nos expondríamos a querer descubrir, por difíciles caminos y con dudoso éxito, lo que otros ya han descubierto y reflexionado antes y mejor que nosotros, con la ventaja y garantía de los años y la experiencia”.
“El Papa actual, en continuidad con el anterior, no se cansa de recomendar al clero y a los obispos textos pedagógicos como el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio de doctrina social de la Iglesia. Esto puede parecer simplista e ingenuo, pero a la hora de colocar los cimientos de un edificio resultan de mayor utilidad los fundamentos sólidos que los complementos ornamentales. Y por otra parte, son estas bases comunes a todo el pueblo de Dios, las que nos ayudan a mantenernos cercanos a los fieles”, concluyó.
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