P. Christian Viña
Valentín es de esos jóvenes todo fuego que, pese a su hablar pausado y palabras medidas, muestra con honra su ser católico de alta gama. Acaba de terminar la escuela secundaria; y, en pleno discernimiento sobre su futuro, lucha a brazo partido frente a las mentiras, medias verdades, silencios cobardes, e hipocresías de toda laya, que buscan dejarlo sin mañana.
Su extrema juventud no es obstáculo para su desbordante madurez. Formado en una sólida familia cristiana, y aunque con los lógicos conflictos de la adolescencia, en esta sociedad autodenominada postcristiana, extrae toda su valentía frente a quienes quieren usarlo como material descartable.
En una palabra: quiere darle gloria a Dios, buscando ser santo. Y se topa, todo el tiempo, con los tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne; disfrazados, la mayor parte de las veces, de fieles amigos o sabios maestros.
Sufre en carne propia la sórdida apostasía de aquellos adultos que, sin fe para vivir y defender, se escudan en una fe líquida, comprensiva con todos, y liberadora con nadie… Son de esos fieles a todo, menos a la Verdad; que, amparados en la tan cacareada cultura del encuentro, buscan encontrarse con todos, menos con el auténtico Jesucristo.
Valentín sabe que esa fe, ciertamente, no es la de la Iglesia. Y, aunque sin las herramientas que su corta edad le impide tener, se va armando, como puede, su propia trinchera de resistencia; donde crecer seguro, para llegar a cumplir la voluntad del Señor.
Su búsqueda clara, sin componendas, ni cálculos de escalafón o de comodidades, lo está llevando a buscar el alimento sólido (1 Cor 3, 2), para nutrirse con la verdadera doctrina. Podría quedarse instalado, perfectamente, en una moral de circunstancias, que todo o casi todo lo permite. Pero, por cierto, su recia condición de germinal caballero cristiano, jamás le permitiría escudarse en la mediocridad, o rendirse frente al psicologismo.
Va experimentando, en carne propia, la ridícula postura de no pocos adultos que, en pos de una futura madurez -que nunca llegará-, se permiten y, obviamente, permiten a los muchachos cualquier tipo de deslices. Y, cuando le planta cara a semejante desatino, solo recibe como respuesta, indiferencia, reproches y hasta descalificación. Lo subleva la suicida incoherencia de aquellos mayores que, por un lado, se presentan como defensores de la libertad a ultranza de decir y hacer lo que se quiera; y, por el otro, no toleran ninguna voz opositora a semejante descontrol, a la que tachan, claro está, de intolerante, cerrada, fundamentalista, y otras lindezas por el estilo.
Frente a ese panorama se va ejercitando, entonces, en la búsqueda apasionada de la Verdad que libera (Jn 8, 32). Tiene la gracia de contar con sus formados padres, en esa batalla. Pero, más allá de ellos, tropieza una y otra vez con demagogos de toda calaña. Y encontrar buenos guías, y firmes puntos de referencia, se le ha tornado un combate sin cuartel.
Padre, estoy harto de que me digan lo que quiero escuchar, me confió, desconsolado, frente a tanto muchachismo y demagogia de los adultos; que, lejos de trabajar por su salvación eterna, creen inútilmente en su imposible salvación terrena. Quiero cumplir la Voluntad de Dios en mi vida. Solo sé que, de ese modo, llegaré a la verdadera felicidad…
Claro que sí, Valentín, ese es el Camino. Lleno de obstáculos, dificultades y caídas; pero el único posible. El atajo de los que solo buscan endulzar tus oídos, no solo no te salvará, sino te hundirá, más aun, en el pozo de todos los caprichos.
Por vos, y por tantos jóvenes, adultos y ancianos que no renuncian a ser héroes y santos, escribí estas líneas. Ahora está en nosotros seguir haciéndolas vida. Y no dejarnos atropellar por quienes, con su capitulación moral, se rindieron sin dar la más mínima batalla.
Aunque nacidos del barro, nuestro destino no es el lodo. Dejarnos trasformar por la gracia permitirá que nuestra nada sea una magnífica obra de arte. Como el golazo que buscas hacer, querido Valentín, en el ardiente Corazón de Jesús…
+ Pater Christian
La Plata, martes 7 de marzo de 2017
Fiesta de Santo Tomás de Aquino
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