viernes, 28 de noviembre de 2008

Proceso de Protestantización del Catolicismo - P. Horacio Bojorge

Proceso de Protestantización del Catolicismo
P. Horacio Bojorge S.J.


Si el poder político de Constantino y sus sucesores se empeñó en lograr la unidad de la Iglesia católica como un bien político, parecería que el poder político global del mundo moderno favoreciera, por serle más congenial, al cristianismo protestante y la protestantización del catolicismo.

“Desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma Protestante” SS Paulo VI (27-6-67).


Federico Mihura Seeber, en su introducción al primer tomo de “La Nave y las tempestades”, del P. Alfredo Sáenz S.J., (Ed. Gladius, Buenos Aires 2002) observaba atinadamente, que las olas y los embates sufridos por la Iglesia en el pasado serán los mismos que sufrirá más tarde, “sólo que mucho más graves”. Lo que Mihura Seeber observa acerca de las primeras persecuciones y herejías, vale también para la novena tempestad que el Padre Alfredo Sáenz nos presenta en el volumen titulado: La Reforma Protestante, que acaba de presentarse el 30 de noviembre del 2005 en Buenos Aires, y para el cual fueron escritas las páginas siguientes a modo de estudio preliminar.

En efecto, son numerosas, desde diversos sectores, y muchas de ellas muy cualificadas, las voces que afirman que el catolicismo continúa sufriendo hoy un proceso de protestantización. Un proceso que, según algunas de esas voces, sería aún más severo y más grave hoy que en el pasado. Bien puede decirse, a creerle a esas voces, que el efecto de la Reforma protestante no ha terminado aún y que asistimos en nuestros días a nuevos capítulos de ese proceso y hasta a una radicalización del mismo. De ahí que lo que nos dice en este volumen el Padre Sáenz resulte tan iluminador para comprender muchos hechos de la vida del catolicismo contemporáneo. En muchos aspectos puede comprobarse que la historia continúa.

Creo que la historia nos enseña a descubrir que el espíritu protestante nació en el seno del catolicismo y que sigue naciendo en él y de él. La Reforma protestante brota y sale de la Iglesia católica. Se plantea en sus comienzos como lo auténtico frente a lo inauténtico.

Pero a medida que se aparta de su cuna católica, lo protestante se desvirtúa progresivamente, languidece y muere. Se nutre del vigor católico del que nace y con el que convive, aunque sea en oposición dialéctica. Por eso el protestantismo está decayendo en Europa junto con el catolicismo y en cambio es vigoroso en Latinoamérica donde florece a costa de los remanentes del vigor cultural católico que él consume y destruye a la vez. Se diría que la protestantización es el camino de la autodisolución de lo católico y que por eso lo protestante no es, desde su raíz, algo exterior al catolicismo, sino de algún modo interior a él. Algo que le es tan necesario como las divisiones necesarias de que hablaba San Pablo o como el juanino: “Salieron de entre nosotros porque no eran de los nuestros pero esto sucedió para que se manifestara que no todos son de los nuestros” (1 Juan 2,19).


miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sacramentum Caritatis: Estrategia y táctica del progresismo y la iniquidad enmascarada - Alberto Caturelli


Sacramentum Caritatis:
Estrategia y táctica del progresismo y la iniquidad enmascarada


Escribe Alberto Caturelli



1. Estrategia y táctica del “espíritu del mundo”

La exhortación apostólica Sacramentum Caritatis fue promulgada por el Santo Padre Benedicto XVI el 22 de febrero de 2007.


Los diarios de las primeras semanas de marzo, en sus títulos y crónicas permiten identificar el “espíritu del mundo” interesado solamente en lo “sensacional” que pudiera dañar, horadar o desprestigiar a la Iglesia Católica. Al mismo tiempo es interesante analizar las reacciones de personajes de entrecasa en las que puede percibirse la interpretación sin compromiso, la sordina aplicada a toda la composición, la sordera respecto de lo “dicho”, el velamiento progresivo de lo develado. Ante el gran documento, terriblemente vinculante, algunos se desvinculan manifestando que no hay sorpresa, que era lo esperado (sobre todo de Ratzinger!), que es un intento de recuperar la tradición, que –después de todo- el documento aunque refleja el pensamiento del Papa “es el producto del trabajo en el sínodo de Obispos, que se hizo hace dos años”; que el documento, dice el titular de un diario, tiene “el sello de Ratzinger”… Pero lo mejor es un silencio que se puede “oír”.

Desde hace mucho tiempo, detrás de esta malla de innumerables hilos, existe una estrategia no declarada y una táctica móvil aplicable a cada circunstancia. La estrategia, término de origen castrense, es el arte de dirigir las operaciones y se identifica con un plan inmutable que tiene también un fin inmutable. Como lo denunciaba hace un siglo San Pío X ”traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro”; según el gran Papa Santo, el plan se aplica “a la raíz misma” de la Iglesia (Pascendi,3). La estrategia, ciertamente diabólica, es inmutable en su propósito esencial. La táctica, compuesta de “reglas” o procedimientos que orientan las operaciones (a veces hábilmente disimuladas para lograr el fin) es cambiante, dinámica. San Pío X habla de “una táctica… insidiosa” que caracteriza a los modernistas y que consiste “en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico”. El “teólogo” progresista habla por sí mismo, es “creador” y las “originalidades” doctrinarias son casi tantas como el número de “teólogos” y de “opinadores” esparcidos por todas partes.

La estrategia es siempre la misma –desde el seno de los Doce con el primer traidor- hasta el fin de los tiempos. La táctica es cambiante, “insidiosa” y así será hasta el fin de la historia.

En medio de esta “tensión” cargada de misterio, se promulga la exhortación apostólica.



2. El contenido esencial de la Sacramentum Caritatis


La primera línea del documento recuerda que la Eucaristía “es el don que Jesucristo hace de si mismo”, su “infinita humildad” y su amor también infinito porque tanto nos amó que nos hizo “el don de su cuerpo y de su sangre”; de ahí la colaboración litúrgica que nos obliga a “leer los cambios indicados por el Concilio dentro de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del rito mismo, sin introducir rupturas artificiosas”.

Se trata del misterio que se ha de creer, que se ha de celebrar y que se ha de vivir.

En cuanto a lo que se ha de creer, es el “misterio de la fe” por excelencia que supera toda comprensión humana; pan “que baja del cielo y da la vida al mundo haciéndonos partícipes de la intimidad trinitaria” (I, nº 6,7). La Cena ritual es “conmemoración del pasado” y también “memoria profética” anticipando la crucifixión y la victoria de la Resurrección que es cambio radical (nº 9-11). Es lo que hace la Iglesia guiada por el Espíritu Santo revelando “la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del habernos “amado primero” (nº 14). Se iluminan así la sacramentalidad eucarística de la Iglesia, el vínculo íntimo entre Bautismo, Confirmación y Eucaristía y el papel esencial de la Penitencia. Inmersos, hoy, en una (pseudo) cultura que quiere borrar el pecado, favorece esa actitud que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la comunión sacramental (nº 20).

Resalta aquí la relación entre la Eucaristía y el sacramento del Orden (Lc 22,19) en cuya celebración el sacerdote actúa en nombre de toda la Iglesia; invierte su misión el que se pone a sí mismo o sus “opiniones” en primer plano; por el contrario, debe evitar todo lo que pueda dar… la sensación de un protagonismo inoportuno (nº. 23). A esta verdadera configuración con Cristo se asocia íntimamente el celibato sacerdotal cuyo “carácter obligatorio” el Santo Padre reafirma (nº 24). De ahí la extrema importancia de la formación de los sacerdotes y es grave obligación de los Obispos que deben omitir la ordenación de “candidatos sin los requisitos necesarios” (nº 25).

Simultáneamente, surge luminosa la íntima relación de la Eucaristía y el Matrimonio que “copia” la santísima e indisoluble unión esponsal de Cristo y la Iglesia. De ahí que sea “una verdadera plaga” la existencia de esposos separados que contraen nuevas “nupcias” (es decir, que viven en adulterio o en concubinato); en ningún caso pueden recibir la Comunión “porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía” (nº 29). Es lo que siempre supimos: todo católico que cae en pecado mortal (y se vuelve miembro muerto del Cuerpo Místico) no puede comulgar hasta restaurar la gracia por medio de la confesión sacramental.

La exhortación no podía concluir esta primera parte sin recordarnos que la Eucaristía inaugura objetivamente el tiempo escatológico (nº 31) y su vinculación íntima con María y su “docilidad incondicional” (nº 33).

En cuanto a lo que se ha de celebrar, precisamente porque Cristo es el “pan del Cielo” es también una epifanía de la belleza constitutiva de la liturgia. Al recibirlo somos el que recibimos y “Él nos asimila a sí”. De ahí la necesidad de impedir toda separación entre “el arte de celebrar rectamente” y la “participación plena” de los fieles. En punto tan delicado, el liturgo y el modelo es el Obispo quien tiene ante Dios la responsabilidad de que se “respeten plenamente” las reglas del ars celebrandi ( nº 39 y 57); normas, gestos, silencios, movimientos… sobriedad.

El “cántico nuevo” del misterio, rechaza que se pueda utilizar “cualquier canto”: se han de “evitar la fácil improvisación” (¡hemos soportado tantas en tantos lugares!) y valorar adecuadamente el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana” (nº 42). Esto es así debido a “la unidad intrínseca del rito de la Santa Misa” (nº 44), la que implica “la necesidad de mejorar la calidad de la homilía” que debe ser preparada con esmero (nº 46); el documento recomienda sobriedad, la conveniencia de moderar algunos gestos como el saludo de la paz (nº 49) y ese tiempo precioso de acción de gracias después de la Comunión: “permanecer recogidos en silencio” (nº 50).

La despedida de la Misa: en el detestado latín se dice Ite, missa est. El documento lo relaciona con el sentido que en latín tiene como misión (nº 51). Cada uno de los miembros del Cuerpo Místico participa de la misionalidad de la Iglesia. Con esa missio sale del templo y va al mundo.

Todo lo dicho implica: necesidad de claridad en la actuación del sacerdote que es “quien preside de modo insustituible” (nº 53); evitar los abusos (nº 54); imposibilidad de dar la comunión a los cristianos no católicos que no están en plena comunión con la Iglesia (nº 56). Además, para mejor expresar la unidad y universalidad de la Iglesia, “exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles (quisiera recomendar) que igualmente dichas celebraciones fueran en latín; del mismo modo rezar en latín las oraciones más conocidas” (nº 62). La exhortación recomienda a los futuros sacerdotes ¡que aprendan el latín! y que los mismos fieles (como nuestros abuelos) “conozcan las oraciones más comunes en latín y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia”. Emocionan nuestro corazón católico las líneas dedicadas a la catequesis mistagógica y a la relación entre celebración y adoración (nº 64-69).

En cuanto a lo que se ha de vivir, todo está dicho en el texto de San Juan con el cual comienza la tercera parte de la exhortación: ”De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí (Jn 6,57). Las palabras que he subrayado muestran que el culto no es desencarnado sino que “nos hace partícipes de la vida divina” (nº 70) de modo absolutamente concreto: en el día del Señor (el domingo) “día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo” (nº 73), en nuestra pertenencia total a Cristo en la espiritualidad y en la evangelización de toda cultura; subraya la exhortación la inmensa importancia del Pan del cielo en la espiritualidad sacerdotal (nº 80) y en la “coherencia eucarística” que debe tener nuestra vida (nº 83) manifestada como misión y como testimonio (nº 84, 85). Es lo que ofrecemos al mundo y a la comunidad social (nº 89, 91), hasta tal punto que debemos tener conciencia que cuando damos gracias por medio de la Eucaristía, lo hacemos “en nombre de toda la creación” (nº 92).

La Eucaristía es, pues, “el origen de toda forma de santidad” a la que todos somos llamados (nº 94), como María, “Mujer eucarística” que nos conduce amorosamente con “el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús” ( nº 97).


3. La táctica “insidiosa”


a) Antecedentes prototípicos


Ahora que hemos estudiado y sintetizado el documento Sacramentum Caritatis, lo consideraremos en la perspectiva de la tensión entre estrategia y táctica “modernistas” que si alcanzara la victoria imposible, la Iglesia Católica dejaría de existir. Creo que por esta razón San Pío X calificó de “insidiosa” la campaña modernista ad intra de la Iglesia. Insidiar es poner acechanzas; por eso, cuando decimos que tal sujeto o tal plan es insidioso, queremos señalar que es dañino con apariencias inofensivas; también lo decimos de una enfermedad que, bajo apariencia benigna oculta suma gravedad.

El lector observará que estas reflexiones señalan a cada paso hechos locales y frecuentemente personales. Este modo de exponer es deliberado porque, aunque se trate de experiencias singulares, también lo son de muchos hermanos en la fe que por comprensibles causas no pueden expresarse ni exponer sus intuiciones, sus preocupaciones, sufrimientos y perplejidades, sus errores, sus sorpresas y su confusión.

No comprenden que Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Forte, sean invitados de honor en Universidades e Instituciones católicas y me preguntan si Roma no estará equivocada; recientemente, en marzo de 2006 una señora (presidenta de las llamadas “abuelas de Plaza de Mayo”) fue designada “doctora honoris causa” de la Universidad Católica de Córdoba, sin mérito académico alguno ni como reconocimiento a virtudes heroicas. La autoridad guardó SILENCIO. Recordé vívidamente un episodio personal entre muchos otros: en 1993 fue promulgada la Encíclica Veritatis Splendor e inmediatamente publiqué un artículo en Gladius (X, nº 28, p. 3-32, 1993); allí me preguntaba qué pasaría en Seminarios y Universidades si se cumplieran fielmente las instrucciones del Santo Padre; dice el Papa: “nunca están exonerados de sus propias obligaciones. Compete a ellos, en comunión con la Santa Sede, la función de reconocer, o retirar en casos de grave incoherencia, el apelativo de “católicas” a escuelas, universidades o clínicas, relacionadas con la Iglesia” (cap. III, nº 16 in fine). En esos días regresaba en un vuelo de Aerolíneas de una jornada de trabajo en el Conicet y quiso la casualidad que me tocara sentarme al lado de un eclesiástico, antiguo alumno mío; dirigí a él mi saludo cordial… apenas un gesto frío… y la mirada hacia otro lado. Quedé sorprendido hasta que me di cuenta: ¡el artículo de Gladius! ¡Había olvidado que yo era acusado de “papista”! ¡qué honra para mí”!

Al leer minuciosamente la exhortación Sacramentum Caritatis comprendí más hondamente lo que suelo llamar “antecedentes prototípicos” que he sufrido y sufro todavía, algunos de los cuales irán reapareciendo en esta exposición. Recuerdo con dolor aquellas risitas con que fueron recibidas mis citas de Royo Marín, de Spicq, de Schmaus o de …Ratzinger.

Como el lector ve, el Espíritu Santo tiene buen humor.

b) Coincidencias no-casuales y el escándalo del silencio. La desilusión de cinco jesuitas de Córdoba.


Para los que nos dedicamos al estudio, Jon Sobrino es viejo conocido y el lector puede encontrar –en las librerías “católicas”- varios de sus libros editados por ejemplo por Editorial Sal Terrae de Santander y no es novedad que su “cristología desde abajo” (la sola expresión lo dice todo) afecta gravemente la divinidad de Cristo, el misterio de la Encarnación y su mediación salvífica.

El diario La Nación informa de la notificación a Sobrino por parte de la Sagrada Congregación para la Fe (15.3.07, 1ª sec., col. 1-2) la cual, sin que haga falta entrar en detalles doctrinales, advierte que las obras de Sobrino (uno de los antiguos inspiradores de los Sacerdotes para el Tercer Mundo) muestran “notables discrepancias con la fe de la Iglesia”. Para un católico eso basta: es un caso gravísimo sin hablar todavía de franca apostasía. La noticia de La Nación firmada por la corresponsal en Italia recuerda que Sobrino enseña en la Universidad de Centro América de los jesuitas de El Salvador. Allí fueron asesinados por los “escuadrones de la muerte” seis religiosos (entre ellos Ignacio Ellacuría, discípulo de Zubiri que se decidió por la acción “revolucionaria”). Sobrino se salvó porque estaba ausente. Esto ocurrió en 1989. La periodista no sabe que en esa misma época, el filósofo católico Francisco Peccorini, mi amigo, profesor a la vez en la California State University y en El Salvador, habló por televisión contra la guerrilla marxista. Fue inmediatamente asesinado. Tengo ahora a la vista algunos de los libros de aquel caballero cristiano hoy un “desaparecido” por el cual nadie pide ”justicia”.

Casi al mismo tiempo, con ocasión de la notificación a Sobrino y la publicación de la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, cinco jesuitas de Córdoba, uno de ellos Rector de la Universidad Católica, publicaron una suerte de carta titulada irónicamente “¿Y la Buena Noticia?” (La Voz del Interior, 17.3.07, Ap. 14, col 4, Cba.). Después de recordar a Sobrino como uno de los teólogos “más reconocidos” y hacer una vaga referencia a sus “herejías”, se lamenta: “Si a esto se le suma la reciente carta apostólica firmada por Benedicto XVI sobre la Eucaristía en la cual se vuelve a insistir en que no pueden comulgar los divorciados y vueltos a casar salvo que ‘vivan como hermanos’ (con lo que se confirma la sospecha de que ‘lo malo’ es el sexo), y que se recomienda volver al uso del latín en algunas oraciones de la misa, el panorama de retroceso es claro… y lamentable”.

Volveré sobre esto. Por ahora diré que lo realmente lamentable es el rechazo explícito de la autoridad del Vicario de Cristo, la exaltación de un Concilio Vaticano II que jamás existió (enseguida me ocuparé también de ello), el rechazo del latín y del canto gregoriano como al menos un “cultismo litúrgico de dudoso gusto y escasísimo sentido pastoral” y ese “cachetazo” de negar la Comunión (el Cuerpo y la Sangre de Cristo) a los que viven en pecado mortal. ¿Qué desean? ¿Un pecado mayor? Claro, para decir esto hay que tener fe. La desilusión de los cinco jesuitas es grande. Por eso concluyen con un elocuente “qué lastima”.

Quizá el lector piensa que estoy escandalizado por el documento. No. No lo estoy a causa del documento. Pero sí estoy inmensamente escandalizado; siento una especie de escándalo sin retorno y sin remedio aquí y ahora. Estoy escandalizado por el SILENCIO. No me interesa que se hayan realizado entrevistas, ni siquiera admoniciones no públicas, que el Canciller de la Universidad haya o no considerado el documento (no lo sé) y lo mismo digo de las otras autoridades jerárquicas. Los fieles necesitan no ser “aturdidos” por el SILENCIO sino que “la potestad sagrada sea ejercida” en nombre de Cristo, potestad “propia, ordinaria e inmediata” (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 27). Ese es el escándalo que siento: el escándalo del SILENCIO.

c) La eliminación del término “pecado” y la imposibilidad de dar la Comunión a los adúlteros y a los que viven en concubinato. Presencia activa de una estupidez arrasadora.

Tanto en el documentito de los cinco como en diversas “declaraciones” que he leído después de la promulgación de la Sacramentum Caritatis, se percibe la no utilización de términos que parecen tácitamente prohibidos: el primero es el término “pecado”. Suele ser sustituido por el vocablo “error”. Un error puede no ser pecado, debido a múltiples causas; no siempre la no adecuación del predicado a la realidad es falta moral; puede haber error pecaminoso in causa en cuyo caso sí sería pecado. Pero eso es filosofía. Aquí hablamos del pecado como la libre ruptura con el mandamiento divino y el desalojo de la gracia (del mismo Dios Vivo) de nuestra alma. Por eso, cuando pecamos mortalmente (muere el alma para la gracia) desalojamos a Dios Uno y Trino. Esto no es “error”: es diverso e infinitamente más grave, terrible mal que sólo puede “curar” el arrepentimiento y el sacramento de la Penitencia (por cualquier duda, ¡consulte el Catecismo!). Con ocasión del pecado público de sodomía de un alto personaje, en Santiago del Estero, se dijo públicamente que “cayó en un singular error humano”; que de todos modos ayudó (¡sic!) a los seminaristas “a fortalecer su fe” y su “vocación sacerdotal” (La Nación, 30.8.05, 1ª sec., p. 8, col. 3-5). Cuesta leer semejante declaración.

Ahora, con motivo de la reafirmación pontificia de la imposibilidad de dar la Comunión (Cristo vivo sacramentado) a los divorciados “vueltos a casar” (o juntar) se afirma que es un lamentable “retroceso” (dicen los cinco jesuitas). Otro ha dicho a la prensa: “Los divorciados vueltos a casar siguen siendo tan católicos como el Papa y los Obispos. No pueden comulgar porque tienen un obstáculo que no les permite llegar a la plenitud de unión con Jesús. Pero si ponen el esfuerzo en Dios, mantienen la vida de oración, Dios no los va a dejar de lado” (La Nación, 18.3.07, 1ª sec., p. 22, col 2).

Veamos: los divorciados (siendo así que la Iglesia sostiene la indisolubilidad del vínculo) no son tales, sino “separados” y vueltos a “casar”, por ejemplo, por la ley civil que acepta la disolución del vínculo; son pues adúlteros que ahora viven en concubinato. Sea como fuere están en pecado mortal habitual. Ese es, nada menos, el “obstáculo” por el cual no deben comulgar agregando otro pecado aún mayor; la verdad es que han desalojado la Gracia y, en ese sentido, son menos católicos que el Papa y los Obispos porque el pecado mortal los convierte en miembros muertos de la Iglesia. Por otra parte, dan un pésimo ejemplo tanto a sus hermanos en la fe como a todos los demás. Para poder “llegar a la plenitud de la unión” con Cristo, deben arrepentirse, dejar el pecado habitual (y cualquier otro, es claro); lo único verdadero de las líneas transcriptas es que Dios “no los va a dejar de lado”. También se recomienda que se mantenga la vida de oración. Uno se pregunta: ¿cómo hago para mantener y aumentar “la vida de oración” si estoy en pecado mortal?

Otra persona ha declarado (sin emplear ni por casualidad el término “pecado”) que quien no mantuvo el compromiso “y concretó una nueva unión, se encuentra en una situación en la que no puede acceder a la Comunión” (La Voz del interior, 25.3.07, p. 21 A, col.. 2, Cba.) No se habla de infidelidad (que destruye la castidad conyugal) ni de pecado mortal (concretar la “nueva unión”); pecado grave por el cual comete una falta mayor como sería recibir a Cristo Sacramentado. Ya sabemos, por supuesto, que para la Santa Iglesia no es éste un caso de excomunión (en el sentido canónico) pero Ella los espera por medido de la Penitencia y el infinito amor de Cristo.

En verdad “me duele” saber que Fulano y Mengana no pueden y no deben recibir a Cristo Sacramentado; pero si digo que “la Iglesia está buscando la forma de resolver esto, siempre”… en realidad debería decir que la Iglesia desde su fundación, no busca sino que ofrece la única forma sacramental de resolverlo instituida por Cristo. No hay caso: parece que no se pueden emplear términos tan claros como “pecado mortal”, “gracia”, “fornicación”, “adulterio”, “concubinato”… quizá porque caen socialmente mal, porque no quiero “ofender” a nadie. Infinitamente peor es la ofensa que permanentemente se infiere a Dios y el corrosivo ejemplo o anti-ejemplo para los demás, sobre todo para los niños y adolescentes. ¿Cómo puedo decir a mis hijos que “no me voy a poner a hacer una lucha contra el preservativo”? ¡Por supuesto que voy a luchar! ¿Que respeto a quien los usa? (como persona sí, pero debo “odiar” el pecado que comete). ¿Es posible que un padre de familia como yo tenga que leer u oír esto?

Cuando alguien dice que esta imposibilidad de comulgar que afecta a los “vueltos a casar” (léase re-juntados, adúlteros o concubinos) “nos obliga a ofrecerles toda la ayuda pastoral que merecen” (AICA, LI, 2623, p. 391, 28.3.07), creo que debemos entender que la “ayuda pastoral” consiste en exhortarlos con la ayuda de Dios a que dejen el pecado mortal habitual y vuelvan a la vida de la gracia. Y si es necesario, actuar enérgicamente. El verdadero amor es a veces “violento” y tierno, “intolerante” y firme.

En el documento de los cinco, los autores se quejan: “la ratificación explícita de que se continúa excluyendo de la comunión a los divorciados y vueltos a casar, es la confirmación de lo que ya se sabía, pero en este contexto no deja de ser un nuevo cachetazo. Algo así como si la comunión fuera un premio para “los buenos”, en particular para los que tienen conductas sexuales adecuadas a las que las encíclicas indican, y no fuera lo que es -Pan para el camino- alimento para los peregrinos…”

Aclaremos las cosas:

1) No se trata de una “exclusión” sino de la imposibilidad de recibir a Cristo Hostia en pecado mortal.

2) Estrictamente hablando, para los católicos, no existe un “volverse a casar” si el otro cónyuge está vivo. Es adulterio o concubinato, o las dos cosas.

3) ¿Cuáles son las conductas sexuales “adecuadas”? Las Encíclicas (o la doctrina de siempre) no hacen más que enseñar lo que el mismo orden natural promulga en la conciencia y por qué la unión sexual en el matrimonio cristiano es canal de gracia y santificación como copia del amor fiel de Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. ¿De dónde salió el error de que el sexo es malo? No salió de la Iglesia Católica. Eso es seguro y la bibliografía, inmensa.

4) ¿Cuando califican a la Santa Comunión como “Pan para el camino” quieren decir que ese Pan es Cristo en Persona, o no? Si lo es, no debe recibírselo en pecado mortal; si no lo es (como a veces sospecho de algunos “teólogos”) entonces… no tiene importancia. No creen en la presencia real.

5) ¿Sólo son buenas las “conductas sexuales adecuadas a lo que las Encíclicas indican?”. Sí. así es. O los cinco niegan toda autoridad al Magisterio Ordinario. Eso sí está claro.

En esto de las “conductas sexuales” se desliza y manifiesta una enorme estupidez. En la metafísica y en la Teología del matrimonio (orden natural y sobrenatural) se revela una insensatez esencial, “infinita”, propia de una razón que ha perdido la luz de la inteligencia, a la cual Sciacca llamaba la estupidez tan omnipresente como el ser, una inteligencia “oscurecida” que, en este caso, niega lo que no ve y no comprende. Por eso es torpeza notable, aturdimiento, pasmo. Ante la sexualidad, estos cinco caen en una estupidez arrasadora. La sexualidad, implicante de toda la persona, es perfección constitutiva del hombre como imago Dei. Por eso la unión sexual sacramental es santificante y supone: castidad pre-matrimonial, castidad conyugal (que es la misma fidelidad) hasta el fin. Si se me permite el atrevimiento menos pudoroso, hablando como hombre con más de cincuenta y cinco años de matrimonio, ocho hijos y veintiséis nietos, quienes practican “conductas sexuales” no acordes con la docencia perenne de la Iglesia no saben lo que se pierden. La fidelidad hace de la actividad sexual algo hermoso, profundo y lleno de sentido. Les digo a los fornicarios, a los adúlteros y a los “otros”: ¡No saben lo que se han perdido! Stultorum infinitus est numero!

d) La exhortación apostólica ¿implica un pre y un post Concilio?

Ante la Sacramentum Caritatis, las ovejas no necesitamos que nos digan: quédense tranquilos, el documento “confirma” el Vaticano II; menos aún que aquellos cinco afirmen que es “un retroceso”; mucho menos que alguien nos advierta que “el mensaje del Papa no contiene ni un retorno a la época preconciliar ni nada “que implique alejar a los fieles de la Iglesia” (La Nación, 18.3.07, 1ª Sec., p. 22, col 1). No hay “retorno” en el sentido empleado porque no existe, desde el punto de vista del sacro depósito una “época preconciliar”. Desde las Actas del Vasticano II -que he estudiado de veras hace muchos años- retrocediendo hasta la primera reunión de Jerusalén, la Iglesia (no “nuestra” sino de Cristo) ha dicho siempre lo mismo. No existe un pre y un post Concilio. Decía el cardenal Ratzinger en Raporto sulla fede, ed. Paoline, Roma, 1985, p. 33: “Es necesario oponerse decididamente a este esquematismo de un antes y de un después en la historia de la Iglesia, absolutamente injustificado por los mismos documentos del Vaticano II que no hacen más que reafirmar la continuidad del Catolicismo. No existe una Iglesia “pre” o “post” conciliar: existe una sola y única Iglesia…”. Dice más adelante: “no son los cristianos los que se oponen al mundo. Es el mundo el que se opone a ellos cuando es proclamada la verdad sobre Dios, sobre Cristo, sobre el hombre. El mundo se rebela cuando el pecado y la gracia son llamados con su nombre” (op. cit., p. 35). Veintidós años más tarde comprobamos en documentos publicados ese vergonzante temor de llamar pecado al pecado y gracia a la gracia.


4. Reflexiones conclusivas y los verdaderos “excluidos”


Dentro de la estrategia general inamovible, la táctica dinámica especula con situaciones de hecho: muy pocos, poquísimos, leerán bien y aun serán muchos menos quienes estudien cuidadosamente la exhortación. Algo semejante pasó con las Actas del Concilio Vaticano II al que le hacen decir lo que no dijo y consideran como un punto de partida “revolucionario” que nada tiene que ver con su contenido doctrinal. La iniquidad enmascarada y la “táctica insidiosa” de que hablaba San Pío X, no se detienen. Cuando terminé de estudiar la exhortación recordé algún texto de Orígenes en el cual nos habla de los “sentidos espirituales” (Contra Celso, I, 48); porque lo que más me impresiona como oveja del rebaño de Cristo es una suerte de enfermedad o de gangrena que pretende “disolver” o “demoler” la Iglesia. Hablaba Orígenes de la vista que ve las cosas superiores; del oído que “percibe voces” o palabras o la Palabra; del gusto que saborea el pan y el vino que vienen del Cielo; del olfato que huele “el buen olor de Cristo”; del tacto que palpa con las manos al Verbo de la Vida.

La “táctica insidiosa” logra que en muchos la vista se corrompa en ceguera; el oído en sordera; el olfato en pestilencia del pecado; el tacto en la insensibilidad al Verbo que nos llama; el gusto en la amargura del pecado contra Cristo. La sordera produce la mudez y el SILENCIO cuando hace falta la palabra y la decisión.

La “conspiración del silencio” tanto fuera como dentro: fuera porque el mundo prohíbe hasta nuestros nombres; dentro porque el iscariotismo nos entrega inermes: “¿qué me dais?”. Los católicos que piensan en sintonía con la Iglesia y con el Papa somos los excluidos, los verdaderamente excluidos. Cuando alguno súbitamente descubra que algo de lo que enseña o hace no es combatido sino aceptado por el mundo de fuera y de dentro, piense: ¡algo anda mal! ¿qué habré hecho mal? Lo sobrenaturalmente normal es que nos odien. Así está bien.

Adhesión plena al sagrado depositum fidei, a la tradición, al Magisterio, al Vicario de Cristo, son motivos más que suficientes: condenados a exclusión perpetua.

No olvide el lector para su propia alegría: hoy, la exclusión por la táctica insidiosa es gracia de elección. Como tal, es inmerecida. Sufrimiento, aceptación, humildad, entrega. Y allende las amarguras, el gozo inconmutable de existir adheridos a la Verdad, al Camino y a la Vida.

Y todo, gratis.


Córdoba, 16-4-07

FIN

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