miércoles, 28 de enero de 2009

El Código Da Vinci - Crítica


«El Código Da Vinci»
Crítica


Crítica en The Times. Incluímos, por su interés y calidad, la crítica literaria completa que el diario "The Times" realizó sobre el libro "El código Da Vinci", ofensivo con la Iglesia católica y el Opus Dei.
12 de noviembre de 2003


Santa farsa

The Times (Londres) // Peter Millar
21 de junio de 2003


Hay algo en las investigaciones arqueológicas, los cuentos de antiguas reliquias y la iconografía mística que logra convertir las típicas historias de bombas y balas en verdaderas historias de misterio mágico.


En este sentido, una novela que comienza con el extraño asesinato de un conservador del Louvre, sucesor de Leonardo da Vinchi e Isaac Newton como jefe de una sociedad secreta dedicada a la ocultación del Santo Grial y la verdad sobre Cristo, logra poner los pelos de punta y casi inspira la fe en el editor.


Pero el título de la novela de Dan Brown –“El Código Da Vinci” debería ser una advertencia, pues evoca la fórmula infame usada por Robert Ludlum: artículo determinado y palabra ordinaria, a la que se interpone un exótico adjetivo calificativo.


Desde “La Herencia Scarlatti”, pasando por “El Círculo Matarese” y hasta “El Engaño Prometheus”, Ludlum entretejió una trama de complots extravagantes protagonizados por personajes acartonados que entablan diálogos ridículos.


Dan Brown, me temo, es su digno sucesor.


Este libro es, sin duda, el más tonto, inexacto, poco informado, estereotipado, desarreglado y populachero ejemplo de pulp fiction que he leído.


Ya es malo que Brown abrume al lector con referencias New Age, mezclando el Grial con María Magdalena, los Caballeros Templarios, el Priorato de Sion, el Rosicrucianismo, Fibonacci, el culto a Isis y la Edad de Acuario. Pero es que además lo ha hecho mal.


Al comienzo de la novela, encontramos un ejemplo. Sophie, la heroína, policía francesa experta en criptografía, cuenta que su abuelo le dijo que “asombrosamente 62” palabras podían derivarse de la palabra inglesa “planets”.


“Sophie pasó tres días con un diccionario inglés hasta que encontró todas”. No soy criptógrafo, pero, incluyendo plurales, conseguí 86 en 30 minutos.


No sorprende, entonces, que Sophie y su compañero americano se queden desconcertados ante un extraño texto del que sospechan que está escrito en alguna lengua semítica. Finalmente, resulta ser un texto inglés escrito como si estuviera reflejado en un espejo (y así parece exactamente).


Esto serían nimiedades si no fuese porque la trama se basa en la búsqueda de un tesoro al que conducen estas pistas. Tardan una eternidad, por ejemplo, en comprender que el nombre de la protagonista -Sophie- es un derivado de “Sofía”, que significa “sabiduría”.


Además “de los rompecabezas”, el libro está mal compuesto con ideas falsas, despistes y descripciones tomadas directamente de guías turísticas para viajeros.


Sorprendentemente, Brown cree que es difícil hacer llamadas internacionales con un móvil francés, que la Interpol registra cada noche quien duerme en los hoteles parisinos, que alguien en el Scotland Yard contesta a las llamadas con un “aquí la policía de Londres”, que el inglés es una lengua que no tiene ningunas raíces latinas e Inglaterra un país donde siempre llueve (bueno, quizá en eso tenga razón).


Como no podía ser menos, el estirado personaje británico, llamado sir Leigh Teabing, es una caricatura de sir John Gielgud cuya contraseña de seguridad es preguntarles cómo quieren tomar el té. La respuesta correcta –qué extraño...- es “Earl Grey con leche y limón”.


La solución del misterio es totalmente insatisfactoria y los tipos presuntamente malvados, el Opus Dei y el Vaticano, salen al final airosos (quizá por miedo a los pleitos).


Los editores de Brown han obtenido un puñado de elogios brillantes de escritores de película de suspense americanas, de esos de tercera fila. Sólo se me ocurre que la razón de su alabanza exagerada se debe a que sus obras quedan elevadas a la categoría de obra maestra cuando se las compara con este libro.


Copyright 2003 Times (Londres)

© 2003, Oficina de información del Opus Dei en Internet


* * *


Una ficción o una burla


La novela "El Código Da Vinci" es un conglomerado de arqueología, simbología, misterio, datos reales y colosales invenciones. Todo ello tramado en un relato bastante bien escrito que llega a encubrir la falta de verdad y quien sabe si también las intenciones menos confesables.


La novela parte de un crimen extraño que se comete en el Louvre: la víctima es un sucesor de Leonardo da Vinci y de Isaac Newton que se lleva a la tumba "el fabuloso secreto" del Santo Grial y la verdad sobre Cristo. A partir de este suceso Brown entreteje una trama confusa de peripecias fantásticas para dar con ese supuesto secreto. Al llegar el cambio de milenio sin haberlo descubierto se movilizan los poderes interesados en poseer esas pruebas, y llevan a cabo una serie de estratagemas, en las que no falta el chantaje y hasta el crimen, con tal de hacerse con el curioso secreto. Éste es en síntesis el contenido del libro.


Consciente de que el escrito atañe a elementos muy enraizados en el alma de hipotéticos lectores, presenta sus fuentes de información. Para apoyar la verdad sobre Jesús, incluso esa invención del matrimonio con la Magdalena y la supuesta hija de ambos, habla de unos evangelios apócrifos, pero silencia que todo el apoyo de esta burda quimera es una frase del evangelio gnóstico de Tomás: "Y (Magdalena) subirá a mi tálamo...", y, por supuesto, se calla que los gnósticos entendían el tálamo nupcial en sentido místico, nunca en sentido literal, y que ningún comentarista serio interpreta dicha expresión gnóstica como lo hace Brown influido por "La última tentación de Cristo" y algunos escritores sensacionalistas de "teología ficción".


Como fuente de información sobre la Prelatura Opus Dei -de la que hay una amplísima bibliografía seria y asequible- aduce, en la sección de Agradecimientos, unas conversaciones mantenidas con dos miembros de la Obra y con otros dos que la abandonaron. Pretende el autor achacar a otros sus errores manifiestos y estimular en el lector una credulidad absoluta a su testimonio.


Sobre la Iglesia católica que termina siendo el blanco último de sus envenenados dardos, no menciona ni un solo documento de sus dirigentes jerárquicos ni de los innumerables comentaristas e historiadores bien intencionados. Se limita a repetir los viejos tópicos sobre las Cruzadas, la inquisición, la condena del racionalismo o cientifismo, etc., y cuando se refiere a la época contemporánea, alude, siempre de modo negativo, al Banco Ambrosiano y a las finanzas del Vaticano, al supuesto afán de dominio o a la escasa valoración de la mujer en la Iglesia. Con todo esto el libro aporta mucha información aparente, pero con incorrecciones y errores de bulto que no resisten la crítica más elemental.


Todo en el relato es ampuloso y deforme. La figura de Jesús es tratada con menosprecio. Además de negar su divinidad se le describe como un hombre cualquiera, acosado de pasiones y cargado de problemas menos nobles. No se oculta su condición de maestro y líder, pero siempre en un plano horizontal y achatado. Su matrimonio con la Magdalena y el trato con su hija son elementos básicos para rebajar su condición espiritual y su condición divina, y vulgarizar lo más posible su comportamiento.


Al referir sucesos en los que intervienen miembros del Opus Dei los trazos se hacen más gruesos, se describen como habituales actitudes aberrantes y se deforma la personaldiad de los protagonistas hasta extremos insospechables. A lo largo del libro se presenta una figura tan deforme del Opus Dei que ni los enemigos más enconados podrán aceptar, por inverosímil. La Obra es, según la novela, una especie de secta fanática, formada por monjes que desprecian su cuerpo y hacen penitencias increíbles; someten y oprimen a la mujer, fomentan los valores más conservadores del catolicismo y adoptan agresivos métodos de reclutamiento, como drogar a los jóvenes con mezcalina. Demasiada invención, demasiada maldad, demasiada perversión como para ser ni siquiera verosímil, pero los lectores más inocentes pueden quedarse con la idea de que el Opus Dei es una institución poco fiable.


La Iglesia católica es, como hemos indicado, el centro de su demencial condena. La Iglesia es, en la novela, la gran mentira histórica, nacida como consecuencia de una invención del emperador Constantino, que buscaba una religión única para el imperio; hasta entonces era una simple creencia de origen oriental que giraba en torno a un profeta judío llamado Jesús que había enseñado una doctrina atractiva mientras convivía con una mujer de nombre María Magdalena y con su hija Sarah. El propio Constantino convocó el Concilio de Nicea donde sometió a votación y se declaró como dogma la divinidad de Jesús. Desde entonces el que era un hombre sencillo fue encumbrado a la dignidad de Hijo de Dios. Semejante innovación obligó a destruir los antiguos evangelios y reescribirlos de nuevo mostrando el carácter divino de Jesús. Estos nuevos relatos manipulados ya no mencionan a la Magdalena como mujer de Jesús.


A partir de entonces la Iglesia católica se ha convertido en una institución poderosa que no ha dudado en cometer crímenes horrendos para conservar su prepotencia. Lo que se opone a la Iglesia es presentado como auténtico y digno de aprecio, lo que está a favor es deforme y engañoso.


Por más que el autor intenta enmascarar estos disparates con múltiples referencias históricas, religiosas o artísticas, cualquier lector medianamente informado se sentirá herido y tomado por estúpido.


Santiago Ausín
Profesor de Sgda. Escritura
Universidad de Navarra
España, Madrid






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