martes, 3 de febrero de 2009

Bajo el magisterio de Santo Tomás de Aquino - Mons. Héctor Aguer

Bajo el Magisterio de Santo Tomás
Mons. Héctor Aguer


Homilía en la Misa de inauguración del año académico en el Seminario Arquidiocesano, 
7 de Marzo del 2003.


El 7 de marzo de 1274 moría Santo Tomás de Aquino en el monasterio de Fossanova, después de haber ofrecido a los monjes cirtercienses que lo asistían en su enfermedad, en señal de agradecimiento, un sucinto comentario al "Cantar de los Cantares". Declaró el altísimo poema con aquella unción honda y apacible con que solía aproximarse a la Sagrada Escritura. Durante mucho tiempo fue el 7 de marzo el día de la memoria litúrgica del Santo y aquí, en el lejano sur, se hacía coincidir con la fecha de la apertura del año académico en los seminarios. Con la aprobación de la Santa Sede nosotros hemos retomado esa tradición tan significativa. ¿Por qué significativa? Corresponde explicar su sentido.

Santo Tomás ha recibido elogios enormes a lo largo de los siglos. Pablo VI da razón de este hecho en la Carta "Lumen Ecclesiae" al retomar uno de los títulos: lumbrera de la Iglesia y del mundo entero. ¿A qué se refiere exactamente esta alabanza encarecida? El Papa explica los motivos: el Aquinate es un maestro en el arte de pensar, un guía seguro en la ardua labor de conciliar los problemas filosóficos con los teológicos, más aún, para plantear correctamente el saber científico en general. Su obra puede ser presentada como una respuesta, un feliz hallazgo en la búsqueda de armonía entre la fe y la razón; lo ha logrado evitando dos escollos que se repetirían luego en la historia del pensamiento.

Ante todo, la solución tomista descarta un sobrenaturalismo extremo, y por tanto falso, del cual se sigue el fideísmo que frena las legítimas aspiraciones de la razón humana. Santo Tomás reconoce una cierta autonomía a los valores e instituciones del mundo y recuerda que la fe es un pensar asintiendo, o un asentimiento que incluye la cogitatio y con ella una inquietud del pensamiento. Rechaza también el naturalismo, y su derivación securalista, que encierra al intelecto en la “aquendidad” de la inmanencia, para afirmar la trascendencia y supremacía del fin último al que deben dirigirse y subordinarse las cosas del mundo. La síntesis tomista es una filosofía del ser y una teología del Ser divino, y ambas vertientes confluyen para superar los escollos señalados en una formulación precisa y luminosa: la gracia no destruye ni violenta a la naturaleza, sino que la asume, la sana y perfecciona; la naturaleza, por su parte, se subordina a la gracia, la razón a la fe, el amor humano a la caridad. En la armonía de este orden teándrico el hombre alcanza su verdadera estatura, asegura su dignidad de imagen y semejanza de Dios.

Esta aventura intelectual la acometió el robusto fraile dominico con un corazón de niño ante los inefables misterios de la fe, de rodillas ante el crucifijo, al pie del altar, implorando la luz y la pureza que dan acceso a la contemplación de Dios, a la theologia, que es discurso sobre Dios y conversación con él, palabra dirigida a él. Recibió el don de la sabiduría, de aquella sabiduría que brota del amor y que se manifiesta en lágrimas de gozo y de paz. Pocas veces en la historia de la ciencia cristiana se verificó tal unidad de pensamiento y vida, de estudio y oración, con una destinación eminentemente apostólica: contemplari et contemplata aliis tradere, contemplar y transmitir a los demás lo contemplado.

Si el estudio constituye una dimensión fundamental de la formación para el ministerio sacerdotal, hemos de atender a la enseñanza y al ejemplo de aquel a quien la Iglesia reconoce como el Doctor Común. Pablo VI ratificaba la decisión de numerosos predecesores suyos al declarar que la Iglesia convalida con su autoridad la doctrina de Santo Tomás y la utiliza como instrumento magnífico. El Vaticano II fue el único concilio ecuménico que recomendó expresamente la guía de un maestro, que no es un doctor particular. En el Decreto "Optatam totius", dice: "Para ilustrar de la forma más completa posible los misterios de la salvación, aprendan los alumnos a profundizar en ellos y a descubrir su conexión, por medio de la especulación, bajo el magisterio de Santo Tomás. Los estudios filosóficos y teológicos que se desarrollan en el Seminario no pueden acabar en una acumulación de datos, ni en la recensión y aprendizaje de las últimas teorías, sino en el enriquecimiento de una fe que sea capaz de pensar. De especular, no en el sentido de perderse en sutilezas o hipótesis sin base real, sino en cuanto designa la reflexión honda, la meditación que dilata las fronteras del saber, la theoria o contemplación intelectual".

Bajo el magisterio de Santo Tomás: el Concilio no exhorta simplemente a que nos propongamos hacer, utilizando sólo los medios que ofrece nuestro tiempo, lo que Santo Tomás hizo en el siglo XIII; adoptarlo como maestro implica aceptar sus principios, los puntos fundamentales de su sistema, sus ideas-fuerza, con espíritu de fidelidad verdadera y fecunda. No se pide una repetición, ya que no se debe confundir tomismo con lo mismo. Es imprescindible el conocimiento de las fuentes en las que se abrevó el Doctor Angélico para interpretar correctamente sus textos, y la hermenéutica tomista no puede rehuir el diálogo –o la confrontación– con el pensamiento moderno; sólo de este modo su obra podrá ser comprendida en su vitalidad profunda, más allá de los límites del círculo escolástico o clerical.

¿Es ésta una tarea excesiva para seminaristas? Depende... de que los seminaristas estudien, y de que lo hagan bien. Nuestro Santo no tuvo a menos, como profesor comprensivo, el ocuparse de las dificultades de sus alumnos. En las ediciones actuales de sus obras figura una "Epístola exhortatoria a Fray Juan", texto brevísimo que no aparece en los primero catálogos, por lo cual algunos dudan de su autenticidad; pero el genio y el talante de Santo Tomás asoman en esos dieciséis consejos sobre el modo de estudiar. Algunos de ellos se refieren al método: conviene llegar a lo más difícil por lo más fácil (es decir, no meterse de golpe en el mar); no busques lo que te supera, trata de entender lo que lees u oyes; resuelve las dudas antes de pasar adelante. Recomienda también retener en la memoria todo lo bueno que uno oiga, no importa quién lo diga, e ir llenando el tesoro del espíritu. Otras indicaciones configuran para el estudiante una cierta disciplina: permanecer gustosamente en la propia habitación, evitar las ocasiones que invitan a abandonar el estudio, como la mucha familiaridad; hablar poco; no ponerse a investigar la vida ajena, no mezclarse en asuntos. Por último, tomemos nota de algunos consejos exquisitamente espirituales: imitar la conducta de los santos y de los hombres de bien, ser amable con todos, guardar la pureza de conciencia, no dejar de entregarse a la oración.

Alguno puede pensar que semejante régimen es más propio de monjes medievales que de estudiantes argentinos del tercer milenio. Es fácil comprender que los jóvenes de hoy podrían hacer una aplicación analógica de estas recomendaciones. Pero también vale la pena recordar que si el Seminario no guarda un cierto clima recoleto, algo (alguito, como dicen en el norte) del orden monacal, no será posible en él estudiar seriamente ni cultivar como se debe la vida espiritual.

Que la intercesión de Santo Tomás nos valga durante este año, para que se nos conceda lo que hemos pedido en la oración colecta de la Misa: comprender lo que él enseñó e imitar sus ejemplos.



+ Mons. Héctor Aguer,
Arzobispo de La Plata





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