sábado, 31 de marzo de 2018

El Crimen del Aborto: Relato vs. Realidad - Nicolás Marquez

El Crimen del Aborto: Relato vs. Realidad
Nicolás Marquez


Márquez es abogado y escritor marplatense, autor de “El Libro Negro de la Nueva Izquierda. Ideología de Género o Subversión Cultural”.


Conforme el lenguaje sofístico y sentimental que muy bien saben imponer los partidarios del aborto, este hecho no constituye la desaparición forzada de un menor sino apenas “la interrupción del embarazo”, eufemismo cortés para referirse a un filicidio sin escandalizar a la audiencia desprevenida. Pero dado que la “interrupción” por definición es el cese transitorio de una actividad para su posterior reanudación, dicha descripción sería injusta por errónea, siendo que los embarazos no se “interrumpen” puesto que el aborto es un acto de naturaleza definitiva e irreversible, precisamente porque la muerte es un hecho definitivo e irreversible: “Ahorcar es interrumpir la respiración” decía con sorna Julián Marías.

¿Y qué es el aborto entonces? Es la muerte de la persona por nacer ¿Y cuándo comienza la vida? Desde el momento mismo de la concepción. Y lo dicho no es la “anacrónica” sentencia de un teólogo preconciliar, sino la ciencia desde la embriología y la biogenética la que nos ha demostrado con absoluta certeza que la vida humana comienza en el momento en el cual se unen el gameto masculino (espermatozoide) y el gameto femenino (óvulo), y es en este proceso de fusión cuando se acoplan 23 cromosomas del espermatozoide con 23 cromosomas del óvulo materno. Esto forma el cigoto, es decir un nuevo ser conformado en su inicio por 46 cromosomas con su material genético propio y un sistema inmunológico diferente del de la madre. Basta que la unión de las células se dé, para que indefectiblemente se constituya un nuevo ser, sin importar si tal generación de vida humana fue el fruto del amor abnegado de los esposos o de una brutal violación: “No se trata de una opinión, de un postulado moral o de una idea filosófica, sino de una verdad experimental. Si el ser humano no comienza con la fecundación, no comienza nunca. Ningún científico informado puede indicar un solo dato objetivo posterior a la constitución de un nuevo ADN como hecho del que dependa el inicio de una vida humana. Afirmar que la vida humana comienza después de la fecundación, no es científico. Es una afirmación arbitraria, fruto de ideologías o intereses ajenos a la Ciencia. El cigoto, fruto de la fusión de las dos células germinales, es un individuo distinto del padre y de la madre, con una carga genética que tiene el 50 % de cada uno de los progenitores” confirma el Padre de la genética moderna Jéromê Lejeune, afirmación que la ciencia médica Argentina ha ratificado desde la Academia Nacional de Medicina.

Y como nada hay de científico en los silogismos abortistas, el grueso de su propaganda se nutre de un martirologio sentimental compuesto de la sucesiva narración de historias de vida reales o ficticias de tinte traumático que supuestamente habría padecido la madre encinta y así, se busca justificar a modo de “mal menor” la pretendida defunción del niño: “Las mujeres ricas se hacen los abortos que les está vedado a las mujeres pobres” alega el libreto abortistas en jerga clasista. Pero aunque esta afirmación jamás probada fuese cierta, vale parangonar que el hecho de que las mujeres ricas consuman cocaína y las pobres pasta base, no por ello el Estado debería distribuir cocaína en las clases menos pudientes para así fomentar la viciosa “inclusión”.

“La mujer que está embarazada es pobre y encima tiene otro hijo ya nacido que mantener” es otro de los argumentos sensibleros más habituales. O sea que en vez de ayudar a rescatar a la mujer de la pobreza, lo que proponen sus “representantes” es matar al niño por nacer a los fines ahorrativos ¿Y si mejor matamos al hijo más grande que es el que genera más gastos? Pero vale agregar que el aborto no es un problema de clase social: se practique por mujeres ricas o pobres, se haga clandestinamente o bajo la protección del Estado, se consume sin medios o con la más sofisticada tecnología, no deja de ser siempre el mismo homicidio contra la vida de un inocente indefenso. Nadie pretende obligar a la mujer embarazada a tener un hijo no querido, pero ocurre que “el hijo no querido” ella ya lo tiene consigo: el bebé en gestación no es una persona de existencia potencial sino actual.

“Aunque lo prohíba el Código Penal, los abortos se hacen igual. Hay que legalizarlos para evitar el riesgo de muerte de la madre al que es sometida por abortar en lugares inseguros”. ¿Hay mujeres que corren riesgo de muerte tras abortar en ámbitos clandestinos? Sí. Y es triste y lamentable. Pero el detalle es que la mujer que muere al exponerse voluntariamente al delito filicida no es víctima sino victimaria, y en calidad de tal acaba accidentalmente muriendo: aquí la verdadera víctima es el niño. Análogamente, si un ladrón quiere robar un banco y en la intentona es abatido por la policía, su muerte fue una consecuencia no deseada como consecuencia del riesgo inherente a su actividad criminal. ¿Tenemos que despenalizar el robo para que el ladrón no corra riesgos de muerte entonces?

Pero los riesgos por delinquir en el aborto parecieran no ser tantos: en Argentina hay un promedio anual de 43 muertes maternas por abortos (entre inducidos y espontáneos) según cifras del Ministerio de Salud al 2016. Ese mismo año se produjeron 171.408 defunciones femeninas y las 43 que murieron como consecuencias del aborto representan el 0,025% del total de los decesos femeninos, guarismo ínfimo que pone de manifiesto que la despenalización del aborto no es una urgencia real sino una agenda artificial: anualmente son 3000 las mujeres que mueren en accidentes de tránsito y jamás hubo una marcha para reclamar mejoras en políticas de vialidad. También en 2016 murieron por deficiencias nutricionales 525 mujeres, pero nadie marchó contra el hambre ese año. Las contundentes cifras parecieran indicar que los abortistas están más interesados en deshacerse del hijo que en salvaguardar la integridad de la mujer.

“La mujer es perseguida por la justicia por el simple hecho de disponer de su cuerpo” rezan las consignas feministas. Y más allá de que el niño en gestación no es parte del cuerpo de la madre, lo cierto es que la mentada “persecución” no pareciera tener efecto práctico: se jactan los abortistas de que hay 500 mil abortos por año en Argentina (otra cifra inflada y sin respaldo), pero resulta que de las 76 mil personas hoy detenidas en los establecimientos penitenciarios diseminados por el país, apenas se conoce el caso de una sola mujer que lo está por haber delinquido con un aborto, dato que lamentamos porque ello nos confirma la gran impunidad que existe en materia tan delicada.

Otros de los aforismos abortistas más habituales nos dice que “en la panza el bebé es totalmente dependiente de la madre”, y que en aras de esta dependencia “la cosa” sigue siendo parte del cuerpo de la progenitora, y es potestad de ella decidir proseguir o no con el embarazo. Nadie le niega a la mujer el derecho a disponer de su cuerpo, pero una cosa es disponer de “su cuerpo” y otra distinta es disponer del cuerpo de un tercero, y que encima ese tercero sea su propio hijo y cuya “disposición” consistiría en asesinarlo.

Y tan independiente es el cuerpo del niño respecto del de la madre, que ni siquiera forma parte del cuerpo de la progenitora la placenta, ni el cordón umbilical ni tampoco el líquido amniótico, sino que estos órganos los ha generado el hijo desde su etapa de cigoto porque le son necesarios para sus primeras fases de desarrollo y los abandona al nacer, de modo semejante a cómo años después del nacimiento, el propio niño abandona los dientes de leche cuando ya no le son útiles para seguir creciendo. Y en cuanto al insistente punto de la “dependencia del niño respecto de la madre”, cabe agregar que un bebé recién nacido también mantiene un altísimo grado de dependencia a expensas de la madre —más allá de que tras nacer respire por sí o se alimente sin cordón umbilical—, dado que si ésta lo desatiende apenas por unas horas, el niño no tardaría en expirar. ¿Tiene más dignidad un pequeño de cinco años de edad que uno nacido hace cinco días dado que éste último es más dependiente que aquél por no saber hablar ni caminar?

Y como a la postre los argumentos anticientíficos de los abortistas terminan cayéndose uno a uno, se suele acudir al extrañísimo caso del “embarazo generado por una violación” y entonces, por excepción, sostienen que aquí sí habría que autorizar el aborto. Pero esta excusa no suele ser tan excepcional: el grueso de las mujeres que quieren abortar dicen “haber sido violadas” sin tener que aportar mayores pruebas de la supuesta violación ni de la identidad del violador. En efecto, la inmensa mayoría de estos casos suelen ser invenciones con pretensiones filicidas dado que la legislación local habilita a la mujer a decir que fue violada y sin mayores trámites ni precisiones, consigue agilizar la autorización judicial para abortar con relativa facilidad. Con el agravante de que es justamente en el caso de las violaciones y como consecuencia del tremendo estrés generado ante tan repugnante situación, cuando los porcentajes de producción de embarazo disminuyen drásticamente: por ejemplo en Estados Unidos un estudio fundado en 1290 víctimas de violación concluyó que en sólo el 0,6% de los casos se configuró posterior estado de preñez. Y en una sucesión de 3.500 violaciones atendidas y tratadas a lo largo de 10 años en el Hospital San Pablo de Minneapolis, no se registró ni un solo caso de embarazo. Pero aunque contemplemos el caso hipotético de una violación real de la cual surja una preñez efectiva: ¿no cabría concentrar la energía en castigar al violador antes que en matar al menor?

Que como consecuencia del aberrante delito la madre no quiera tener un hijo ello constituye una desgracia insalvable: al hijo ya lo tiene consigo en el vientre. Que no lo quiera criar y hacerse cargo de la criatura sí es algo salvable, puesto que lo puede dar en adopción. Al mismo tiempo, es el Estado el que tiene que contener afectiva y psicológicamente a la madre ante tan fatídico tránsito, cuidar la vida del niño en gestación y, por supuesto, darle un castigo categórico y ejemplar al depravado.

Sea legal o ilegal, el aborto mata igual. Y en el debate que las modas ideológicas han impuesto en la Argentina, vale destacar el penoso hecho de que el establishment derecho-humanista que clama despenalización ha omitido expresamente velar por los derechos de la verdadera víctima de esta historia: el bebé.






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